Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

miércoles, 30 de marzo de 2011

El estadio nacional apesta a opio

Apesta. Ese es el verbo. Apesta a sangre, no la del pobre chino que murió arrollado por un tractor durante la construcción (y que ya ahorita será canonizado como leyenda urbana, cuando alguien vea una sombra y se instituya como el fantasma oficial del estadio; canal 7 seguro cubrirá la noticia). Apesta, sobre todo, a la sangre de miles que han sucumbido al régimen inhumano de China. Desde los presos políticos y monjes tibetanos masacrados, hasta los niños que torturan para que ganen oro en las olimpiadas. Apesta a sudor, de un pueblo que trabaja horas continuas y que acampa en las afueras de sus talleres para que no les quiten el empleo y el pan de la boca. ¿Que los chinos comen ratones y perros? ¡Guácala! Pero seguro que nosotros los incluiríamos también en el gallo pinto si hubiéramos pasado hambrunas. Igual, no importa, ya ni el menú les criticamos, porque tenemos un coliseo digno de la ignorancia de un pueblo que come cuento con natilla, pero ratones, ¡jamás!

Silencio. Yo creía que Oscar Arias era amigo del Dalai Lama, una hermandad esperable entre premios Nobel de la paz que se asume, lógicamente, como entre amigos de la pastoral del barrio. Pero de Liu Xiaobo no es compa, asumo, cuando tiene una sucursal del régimen de terror chino justo enfrente de su casa. En cuanto a la posición de Laura Chinchilla, ya sabemos que la fruta no cae lejos del árbol.

Tampoco ya somos amigos de Taiwán, después de que nos regalaron el útil puente, con el inocente nombre de “La Amistad”. La verdad es que el estadio quedó más chiva, y el cruce por el Tempisque ya se nos olvidó estrenando la carretera a Caldera y el puente de la platina. Perdón, pero tu juguete no me gusta más, el que me acaban de regalar es más chiva, así que ya no te hablo. No hay amistad entre pueblos. Solo intereses y nada más.

Así que: ¡silencio! Hagamos silencio para escuchar la bola de fútbol rodar por el césped, por favor. Los gritos por justicia aquí no llegan, China queda demasiado lejos como para arruinar el dulce sonido del “Goool”. Por dicha, si no qué ahuevado, que nos echen a perder con gritos de tortura el domingo y los “oe oe ticos” de la afición.

Quedémonos callados a partir de ahora, atragantados con el cemento del estadio, comprados por una casita de muñecas descomunal, sobornados por un lujo que ni podremos mantener, idiotizados por un futbolín que se le regala a un niño para que se le olvide que sus padres se están divorciando. Pero juguemos en silencio, por favor. Esa es la condición, y si ya se nos sale la hipocresía, siempre hay daños colaterales; con esa frase eufemística se justifica todo hoy en día.

No hay almuerzo gratis. Eso lo sabe cualquiera, pero aquí somos tan ingenuos que creemos que China invirtió millones de dólares, trajo cientos de obreros, diseñó y planificó un monstruo de edificio sólo porque somos pura vida. Por supuesto, no construyeron casas para los pobres porque qué aburrido, eso no lo podemos disfrutar todos y así yo no juego, “cortis”. No, el gobierno chino fue inteligentísimo: hizo un estadio que va a costar una barbaridad mantenerlo (pero diay, está de lo más tuanis y de por sí, aquí no pasamos hambre) y que está, sobre todo, consagrado al fútbol, el opio de los pueblos, porque ya ni la religión tiene tanto éxito, a no ser que hablemos del 2 de agosto, único día cuando ser creyente se convierte en un fenómeno de masas. Deslumbrados por sus reflectores que desde lejos parece como si saliera el mismo sol, creemos que estamos ante un nuevo amanecer de prosperidad, de avance, por fin podemos rajar de algo monumentalmente arquitectónico en una capital caótica y espantosa. Pero no nos damos cuenta de los derechos humanos que son pisoteados como uvas en China, sólo para extraer vino para unos pocos.

Pero no importa cuánto haya costado el bendito estadio en dignidad humana, mientras venga Shakira, mientras venga Messi, mientras tengamos un armatroste de cemento inmoral en medio de La Sabana que nos haga sentir del primer mundo. Y así, todo lo simplificamos y este, es, el tema del día: ¿ponerse o no una camiseta albiceleste para ir al partido de la Sele es ser vendepatrias? Señores: la patria, la sacrosanta patria, ya la vendimos. Por un estadio. Embriaguémonos con el vino. Olvidemos con el opio. Seamos felices. Que para eso somos pura vida.

Cuando la sangre mancha tu torre de marfil...

Me levanto por la mañana. En mi ventana se ve el sol, los Alpes y todas esas casas bonitas francesas, mucho mejores que la mía, que son de bienestar social (¡PLOP!). Abro el Facebook, para ver si hay un mensaje de ÉL (eres...cuando despierto lo primero eso eres...). Mis amigos ticos discuten si ir a ver el partido Costa Rica-Argentina con una camiseta celeste es ser vendepatrias, si Messi es un pedazo de mierda canonizado, si La Volpe ha hecho un buen trabajo con la Sele o no... Ese es el tema del día. Aquí, yo tomo vino todos los días, como yogurt fresco de vainilla, fumo Marlboro. Veo Audis, Porsches, Mercedes Benz... En Ginebra, Rolex, Louis Vuitton, Dolce y Gabbana... Todo es tan perfecto...
Y esta mañana, en el facebook, me encuentro con que Esteban, mi amigo, ha puesto un reportaje de Rolling Stone con soldados gringos en Afganistán liquidando civiles solo por diversión. Uno le ha cortado el dedo meñique a un niño de 15 años y lo anda como souvenir. Han propuesto lanzar confites a los niños, para que cuando se acerquen les disparen o puedan arrollarlos con el tanque. Dos hombres muertos con un cartel que dice "Talibans are dead" (lo que no se sabe es si eran talibanes o no, pequeño detalle). La cabeza de alguien. Las piernas de alguien. Fotos de soldados sonriendo junto a los cadáveres. Y aquí sale el sol sobre los Alpes... Y en Costa Rica inauguran con toda pompa y circunstanncia un estadio regalado por China, a cambio de saber cuáles favores bajo la mesa para un país que pisotea los derechos humanos como uvas, para extraer vino para unos pocos. Quizás en eso se parecen Costa Rica y Suiza: es como si ahí no hubiera problemas.
Hoy me di cuenta de que algo no está bien. Me estoy convirtiendo en la antítesis de mí misma. Mi mayor problema es que ÉL no me quiera... Y luego, no tener suficiente dinero para recorrer todos los países que quiero... Y que mi perra se murió... Y que tengo un morete monstruoso en la nalga por la caída del árbol y que me duele cada vez que me siento...Y ya. Ahí está escrita mi tragedia. Algo no anda bien...
No sé si pueda seguir con este viaje dadaísta como lo había visualizado en un principio... La conciencia me remuerde. No puedo ser tan egoísta. Si no soy parte de la solución, soy parte del problema. No quiero que se me olviden mis chiquis en Mozambique, ni tampoco los que mueren en las minas de coltán en el Congo, ni los refugiados de Sudán, ni los albinos en Tanzania, ni las mujeres que caminan 8 horas para encontrar agua... No quiero convertirme en europea feliz, haciendo una piscina en mi patio, pagando $40 por un café y un postre (con eso se manda a 4 niños a la escuela en África un año entero), visitando museos, tomando baño en tina, comiendo Nutella, observando las flores amarillas y rosadas florecer en un mundo surrealista e inmoralmente perfecto...
¿Será que tendré que darle un giro a mi viaje dadaísta...?

lunes, 28 de marzo de 2011

Road trip suizo

Sábado por la mañana. Un fiat cinquecento. Dos Fernandos y una Andrea. Música para amenizar el viaje: los iPods de los tres están mezclados, así que hay para todos los gustos: la música en francés de Edith Piaf del Fer España, la electrónica del Fer Guate y mis soundtracks de The Science of Sleep y Amelie. En el maletero del carro: aceitunas, queso, embutidos, pan, vino blanco... ¡Chocolate! Pic nic en toda regla. Rumbo: primero Montreaux, capital de uno de los festivales más prestigiosos de jazz, y Gruyere capital del... pues del queso gruyere.
El paisaje que desfila frente a mí ventana es algo que mis ojos nunca han visto, de modo que me quedo asombrada, impactada, maravillada, admirada y muchos otros "adas" de corte positivo. El lago de Ginebra se extiende con los Alpes al fondo, en una sinfonía azul con compases de nieve. Túneles. Autopistas. La música a todo volumen. Adoro los road trips con los Fers, desde que fuimos a Tamarindo hace unos meses y se gestó el viaje dadaísta europeo son mis gurús de la carretera.
Primera parada: Montreaux. Llegamos a orillas del lago, junto al castillo de Chillon, un edificio grisáceo y con un brote de turistas que nos causan alergia. Como los Fers no entran a castillos a menos que llueva y el paisaje sobrepasa cualquier pieza arquitectónica medieval, colonizamos una banca junto a un árbol que ha decidido ser amante del agua que llega tímidamente hasta la orilla, y cuyas ramas se estiran heroicamente hasta el borde acuático.  Al lado corren los trenes cada tanto. En las alturas, una autopista que me da vértigo con solo mirar. Una copita de vino viene bien... O más bien un bowl de vino, porque el Fer Guate no ha traído las copas. Da igual. El vino sabe bien en lo que sea.
Comenzamos una sesión de fotos con el lago, el castillo y el árbol como protagonistas escenográficos. Se nos ocurren muchas poses, pero la mejor es cuando el Fer español decide subirse al árbol arqueado, trepando desde la raíz y se sienta sobre el tronco. Me gusta como queda la foto, con él pateando las paredes del castillo que se ven al fondo, enarcadas por el tronco. Seguro que yo también puedo tomarme una foto ahí... 
¡Ja! A veces se me olvida que ya no tengo siete años. Me cuesta subir por el hijueputa tronco,que peca de liso, resbaloso y  de 270 grados redondeados peligrosamente hacia la gravedad, pero al final, como la terquedad siempre me empuja y el fin supremo demanda intentarlo todo por el simple hecho de decir que me he subido a un árbol junto al lago de Ginebra, lo logro. No está taaaaan alto, pero da como para sentirse en la conquista de un pequeño Everest botánico por unos instantes.

El Fer español ayudándome a subir al árbol

El problema surge cuando miro hacia abajo... Oh, oh... Y ahora cómo putas me bajo? A todo esto, el Fer español me lo recuerda: "Fijate bien, que no tienes seguro médico". Vaya.... si tuviera seguro, me tiro de cabeza para usarlo... El retorno por el tronco me parece imposible, porque no sé si podría poner los pies de vuelta en las mismas protuberancias que me sirvieron del escalones cuando subí, en reversa todo es más dificil, estamos diseñados para seguir siempre hacia adelante. Sólo queda tirarme, a lo kamikaze, y caer lo mejor que pueda. Me entra un ataque de pánico súbito, porque la verdad es que sí, no tengo el famoso seguro médico y cualquier lesión en la carísima Suiza podría dar al traste con buena parte del viaje dadaísta... Los Fers se ofrecen a ayudarme a bajar. Que ponga cada pie en un hombro de  cada uno de ellos, que les dé la mano, que me haga hacia adelante... Al final, es como si estuviera uno de ellos hablando en griego, el otro en arameo y yo solo entiendo esperanto. Un Fer se baja más que el otro y ¡PLOP! Montreaux retumba y en el lago se forma un tsunami de juguete. He dado de culo en el suelo...! Mientras me quejo, el Fer español se pone una mano en la barbilla y dice: "A ver, la comunicación a mí me parece que es súper importante y aquí lo que ha habido es falta de comunicación entre nosotros..." Noooooo, qué va: aquí lo que ha habido es una mujer con ganas de jugar de parvularia y un exceso de gravedad! "Bueno, por dicha tú tienes airbag", me dice el Fer español, que hoy anda la mar de elocuente. Yo lo voy a tomar como una pequeña postal para el álbum del fin supremo: no sería tan memorable si no me hubiera caído del bendito árbol.
Con una nalga estallada, igual estoy lista para proseguir con el viaje. Rumbo a Gruyere, entonces! Comenzamos a seguir el camino de forma aleatoria a ver a dónde nos lleva. Mientras tanto, el Fer español habla sin parar, en un monólogo random: dice lo que le viene a la mente. "Siempre que voy a Nyon salgo por otro sitio... ¿A que eso que estaba aplastado en la carretera era una liebre?... Quiero un queso con ajo... Venta de esquís... ¿Pero es que no me estáis escuchando?... Los parlantes acá atrás han de estar más fuertes, tengo dos Lady Gaga cantando en cada oreja... Quiero un queso con ajo...Esperad, que ahí venden... Ah, no, no venden...O espera, sí que venden". Lo cierto es que el Fer Guate y yo lo dejamos hablar sólo para ver hasta dónde llega con sus apreciaciones random. Está obsesionado con encontrar la banca perfecta y la mesa perfecta para hacer el pic nic perfecto, ojalá y bajo un frondoso árbol perfecto que pueda hacer las veces de sombrilla perfecta, porque la cortina grisácea del cielo amenaza con romperse y dejar caer un aguacero estilo trópico húmedo de antología. Ya sabemos que una nube me persigue...
Nos adentramos más y más en caminos secundarios. Un olor a caca de vaca comienza a inundar el ambiente. Me encanta el olor, aunque suene escatológicamente irónico. Así me imaginaba yo que olía la Suiza de verdad, no la de perfume Armani y trajes Dolce y Gabana... Hasta me dan ganas de comer. Quiero amarrar este olor a boñiga para volver a este momento siempre que huela a mierda bovina, con todo y que los gases de las vacas contaminan más que los carros... ¡Y hay pedazos de nieve! Hace tanto que no veía nieve que quiero lanzarme del carro apenas la veo. Los cruentos inviernos en Michigan no me han quitado mi enamoramiento crónico por la nieve... Será siempre mi amor platónico albino. Comienzo a filmar el camino con la música de Strawberry Swing de Coldplay, pero el Fer español es incapaz de contener su verborrea y así tenemos la artísitca pieza fílmica amenizada con sus comentarios... Hasta que llegamos a un camino privado y tenemos que devolvernos, estamos en Suiza, que no se nos olvide, y detrás de cada suizo hay un policía, hay que jugar con las reglas. Igual, uno de los granjeros suizos me lo he ligado sin querer, así que podríamos habernos quedado, jaja...
En fin, sin querer queriendo llegamos a un pueblo encallado cerca de un lago verde agua. ¡Madre mía! Todo lo que han escuchado de Suiza es verdad: esto parece sacado de Heidi. Casas de madera con ventanitas cargadas de jardineras con flores, una fuente en el centro, un reloj que suena puntual a los cuartos de hora, una iglesia en el tope del pueblo, donde decidimos hacer el pic nic finalmente.

Como de cuento de Heidi

Hace un frío de cagarse, pero el paisaje es tan impresionante que vale la pena: los techos regados a nuestros pies, los Alpes imponentes, el lago al fondo... Lo extraño es que no hay nadie. NADIE. Aquello parece un pueblo de juguete, montado solo para impresionar turistas (misión cumplida, porque yo me siento dentro de un cuento y de un momento a otro comenzaré a entonar cantos tiroleses y a perseguir una cabra). Es un encantador pueblo fantasma. Claro, con el frío que hace todo el mundo ha de estar hibernando, la primavera está empezando y no quiero ni pensar en lo helado que ha de ser en pleno invierno. La iglesia es rústica y pequeña. Si algún día me caso, me gustaría hacerlo aquí... Aunque tuviera que subir con mi vestido de novia todas esas escaleras; seguro que sería medio cansado y aparatoso, pero las fotos quedarían increíbles. Momento de hacer una foto con los Fers. Y empieza a llover. Nos vamos... Hace demasiado frío como para quedarse aquí soñando, demasiado frío por dentro y por fuera.
Regresamos por donde vinimos y llegamos a Gruyere...Otro pueblo que parece montado para impresionar turistas, solo que ahora sí que ha servido el marketing, porque está lleno. Me ha gustado más el anterior, más genuino y perdido... En fin, nos sentamos a comer crema gruyere y un café en una terraza, que ya no hace tanto frío. ¡Muerte súbita! Con razón aquí la gente es tan feliz. Con esta crema es para vivir en orgasmo perpetuo. Una lástima que esto se pueda hacer solo de vez en cuando en un viaje dadaísta, porque habría que tener este manjar siempre al alcance en la refri, señor! Al fondo, los Alpes, imponentes, no nos abandonan, a donde quiera que vuelva a ver ahí siguen, como tu recuerdo, que no me abandona. Este es un momento casi perfecto... Sólo faltás vos. Lo decido: si algún día me caso  (en un hipotético, hipotetiquísimo caso que decida echarle el gancho a una pobre e indefensa víctima) quiero que mi luna de miel incluya Suiza. Es demasiado perfecto. Demasiado...
Compro mi primera postal (una bandera de Suiza con un zipper que se abre y que dice: "Switzerland inside") y luego de fotografiar a la Cow con sus congéneres suizas, damos una vuelta más por el pueblo hasta el castillo y nos devolvemos. Junto a la fuente hay un tipo con dos perros gigantescos... Que no son perros, ¡sino lobos! Mae, un par de lobos paseándose entre la gente... Siempre que veo un perro me gusta acercarme, tocarlo, hablarle... pero con estos paso.
La Cow con sus congéneres suizas

Hora de regresar. Hacemos una parada fugaz en Friburg y luego proseguimos. El lago es ahora un espejo en el que el atardecer y los Alpes se pelean por mirarse antes de irse a dormir. Me encanta Suiza... Podría enamorarme de Suiza fácilmente, pero creo que le hace falta un poco de caos, un poco de malicia latina, un poco de imperfección. Para una luna de miel está bien. Pero yo tal vez aún no estoy lista para un mundo perfecto de chocolate, queso y montañas. No es perfecto si faltás vos...

sábado, 26 de marzo de 2011

Nyon, 22 de marzo

(Extracto de la Pascualina)
Una semana justa en Francia/Suiza y hasta ahora me siento a escribir. Poniéndome al día con España me he tardado lo mío. Luego de Alicante, regresé a Madrid, y recorrí todos los lugares emblemáticos para recuperar las fotos que se me echaron a perder en la Ruta y las que Simmel nunca me dio: la puerta de Alcalá, el parque del Retiro, la Plaza Mayor... Me quedé con Miguel y su flamante esposa y luego a encontrarme con los Fernandos en Ginebra...
Después de tres viajes a Madrid, finalmente foto en la Puerta de Alcalá

Siguiente capítulo en el viaje dadaísta. Cambiamos de hoja, de capítulo y de fronteras.
Lo peor es que tengo la mano congelada de tomar agua en tantas fuentes, que aquí las hay por doquier, por lo visto a los suizos les gusta estar bien hidratados. He andado un poco más relax, viviendo la vida cotidiana de los Fers. Ahorita estoy esperando a que Fer Guate salga del gym.
Es medio surrealista esto. Enfrente mío, en una vitrina: cuatro máquinas elípticas. Un mae con una camiseta de I love NYC, una asiática y dos chicas que con suerte pueden ser suizas, porque aquí nadie es de aquí. Una semana en este país y solo una suiza he conocido.
Por lo pronto, a parte de internacional, Suiza es demasiado perfecto. Hasta los basureros son dignos de foto. El que dijo, en un arranque de inspiración demasiado hiperbólica y positivista, que Costa Rica es la Suiza centroamericana NUNCA ha de haber estado en Suiza. Es que NADA QUE VER.
Basureros suizos, Lausanne

Aquí me siento todo el tiempo dentro de un Lego y hasta el pelo se ha hecho más lacio, como para calzar con el prototipo. Ahorita de seguro me vuelvo amarilla y las manos se me hacen como una C.
Aunque no hemos salido mucho a turistear (la verdad he tomado esto como un oasis) no deja de ser dadaísta. La luna más cerca de la Tierra en mil años, y los Fers y yo fumándonos un cigarro en el balcón. El Fer España haciendo lagartijas, fumando como un loco y vomitando para faltar al trabajo. Música celta en un bar en Lausanne. Una tienda que se llama Anouk en medio de Nyon, para que Fer Guate se acuerde todos los días. Nosotros tres almorzando en un café de Ginebra con un mesero guapísimo. Comiendo sushi con una española eufórica y una sueca piloto. El Fer Guate estudiando francés en la cocina y yo con el otro viendo Amelie y suspirando por Mariano. Los Alpes desde el balcón. Un café en Francia con los perros más hermosos desfilando por la calle. Un consultorio atestado de gente, sin recepcionista, sólo 6 puertas cerradas. Y yo junto a la calefacción viendo a esta gente en vitrina sudar la gota gorda, mientras estoy bien echada en la banca escribiendo, fumadora empedernida.

jueves, 17 de marzo de 2011

La dimensión vegana

En el metro en Madrid, específicamente en la estación de Callao, una mujer introduce un palillo chino dentro de la ranura para tarjetas de crédito de una de las máquinas de venta de boletos. Transcurre el primer minuto. Luego, extrae un fino peine, con el que se ha peinado esta misma mañana y, con mayor insistencia, lo introduce en la misma ranura. Transcurre el segundo minuto. Con un gesto de fastidio, saca una licencia de conducir y la introduce de nuevo en la ranura de marras, que a estas alturas ha perdido su virginidad con los objetos más inverosímiles del dia. Transcurre el tercer minuto. La botella que cuelga de su mano izquierda delata su conducta tercermundista: se trata de una Salsa Lizano. Finalmente, porque hay almas piadosas, un funcionario del metro se aproxima y con un práctico alambre, cuya punta está doblada en forma de una salvadora U, extrae la moneda de dos euros que se la ha ido a la mujer, por error, en la ranura de las tarjetas y que ella, en su apretadisimo presupuesto, se niega a abandonar entre las frías entrañas del aparato nodrizo de viajes de metro. Claro, la primera polada del viaje: no sé cómo putas usar una máquina de metro cuando en mi país el chofer cobra el pasaje apenas se sube uno al bus y da el vuelto manualmente, después de tomar un puñito de monedas de un cuadrado de espuma.
Esos minutos que he perdido batallando contra tecnologías cotidianas de primer mundo se han sumado a los 31 que ya lleva Miguel, mi amigo madrileño de la Ruta, a quien no veo desde hace 11 años, esperándome en el kilómetro cero frente a la Puerta del Sol. Mientras tanto, se ha entretenido observando a toda mujer gorda que pasa enfrente de él , descifrando en sus rasgos alguna similitud con mi persona, pues es posible que no me reconozca después de más de una década de separación. Al final, al verme llegar con la botella de Salsa Lizano, por si había alguna duda de mis orígenes ticos, me da un abrazo y exclama: "Pero si estás igual!".

Kilómetro O, Puerta del Sol, Madrid

Cruzamos la Plaza Mayor y nos sentamos al calor de un fuego instalado en la terraza, una cortesía para nosotros, pobres fumadores, que hemos sido exiliados de bares y restaurantes españoles y arrojados con nuestras nubes de humo al frío de marzo.
Hablamos de todo. Miguel recién se ha casado y se establece en Madrid después de años de vivir en Berlín y en Bruselas. Yo, en mi viaje dadaísta, no tengo ninguna estabilidad qué contarle, a lo que él agrega, cuando le comento que mis próximas paradas serán Valencia y Alicante: "Mariano está guapísimo". Mariano...

Miguel y yo, 11 años después

En fin, mi botella de salsa Lizano y yo nos despedimos de Miguel y nos vamos a casa de Erick y Javier, un argentino y un salvadoreño con los que en teoría iba a hacer couchsurfing, pero gracias a la amabilidad de Fernando nos veremos únicamente por una cena. No más abrir la puerta y ver la botella de salsa Lizano en la mano, asumen que soy" la tica".
Esta pareja de maes, veganos religiosos, tienen un programa de cocina en internet donde enseñan a comer sano y delicioso prescindiendo de todo producto de origen animal: la Dimensión Vegana. En la noche en que estoy con ellos, van a preparar milanesas de soya en italiano, con ayuda de una chica italiana (vegana también) quien hará la traducción en vivo. Y es ahí cuando se da un momento surrealista-dadaísta por los que he venido al viejo continente: ahí estoy yo, en medio de una cocina en Madrid, observando la elaboración de una milanesa vegetariana traducida al italiano, preparada por un argentino y filmada por un salvadoreño, que aparecerá en YouTube. Me quedó fascinada, mientras en backstage comemos pedazos de pan con salsa Lizano... Yo, quien practiqué un psuedovegetarianismo por más de 8 años, me doy cuenta que realmente ser vegano es más que simplemente una elección de platos: es toda una filosofia de vida. Ni siquiera se puede decir al aire "sustituto de huevo" porque toda alusión a productos de origen animal está vedada. La verdad no puedo evitar sentir una profunda admiración. Ser consecuente entre lo que se dice y lo que se hace es un logro sobre la condición humana, que está regida por la contradicción en un mundo complejo y variopinto.
Finalmente, en vista de que se me hace tarde, aprovecho un corte para abandonar la cocina vegana y retornar a casa de Fernando, en el barrio de Salamanca. Es casi medianoche, pero no tengo medio de tomar el metro y caminar por las calles como si fuera mediodía. Mi único temor es que se me vuelvan a atascar los dos euros en la ranura de las tarjetas y que me dé pena decir que soy una pola que camina por las calles de Madrid con una botella de salsa Lizano bajo el brazo.

martes, 8 de marzo de 2011

El Rastro 7 años después...

La última vez que fui al Rastro, Mariano, mi amigo madrileño (podré llamarlo amigo?) me compró un espantapájaros en miniatura, con una prótesis de paja. Desde entonces, no había regresado al Rastro, el mercado dominical de Madrid, en 7 largos años. Y dentro de todo, es una suerte: si estuviera siempre al alcance de mi mano y mi bolsillo, difícilmente habría habido fin supremo. Podría gastarme fácil y peligrosamente varios cientos de euros ahí. Literalmente, me gusta un 90% de las cosas que veo. Ropa hippie. Antigüedades. Muñequitos de papel maché. Libros usados. Un bazar al aire libre que se hace cada domingo desde 1711 (este dato lo tomo de Miguel, otro superviviente de la Ruta Quetzal y quien es la Wikipedia ambulante de Madrid).
A todo esto, el ambiente increíble. En los bares alrededor del mercado, la gente se junta a comerse unas tapas y tomarse un vermut (bebida de corte alcohólico que a estas alturas no sé muy bien qué lleva, pero sabe bien). Todos de pie, junto a la barra, mientras se escucha rumba flamenca y la gente se habla a gritos. El prototipo de España que uno podría esperar.

El Rastro, dominicalmente madrileño

Más tarde, hacemos escala en otro bar, matizado con una cañita (cerveza en un vaso pequeño). Irma, Maribel, Sandra y yo estamos en nuestros 30 y es aquí donde no me siento tan mutante como muchas veces me pasa en Costa Rica. Son mujeres como yo, solteras y felices, que quieren viajar, conocer mundo y demás, antes de casarse, tener hijos y endeudarse. Qué le ve la gente de malo a esto? A tomarse un año sabático para ver más allá de las narices, aunque ya no sea uno un adolescente, pero aun con energías suficientes para cargar con una mochila de 17 kilos? No entiendo por qué la gente es tan cerrada y considera como un acto maduro y de éxito tener un carro último modelo, mucha ropa de marca y un buen apartamento, solo para verse en el mismo espejo de todos los días. Yo perdón, pero paso. Aquí por lo menos hay gente que me entiende un poco más. Sandra, quien trabaja para el fin supremo versión tica, planea cruzar el charco en septiembre. Maribel piensa vender su apartamento e irse a vender durante el verano camisetas hechas por ella misma a las playas de Andalucía. Con Irma, ya estamos planeando un hipotético viaje a Amsterdam para una semana santa que no será tan santa.
En fin, luego de un café enrumbo en metro a casa de Fernando, un couchsurfer que ha aceptado darme alojamiento un par de noches en Madrid. Este mae, que aparte de todo parece un modelo salido de una revista del Corte Inglés, es un divino: aunque tiene un tobillo quebrado y anda dando saltitos por su apartamento, me prepara un par de tragos y nos quedamos conversando hasta las y tantas de la madrugada. Esa es la magia del couchsurfing: no es solo que te ahorrás una noche. Es realmente un intercambio cultural, donde el turismo no es el típico de agencia de viajes ni de Lonely Planet. Así debería de ser el mundo: hospitalidad pura, al estilo de la antigua Grecia, donde era toda una virtud tener huéspedes y tratarlos como le gustaría que lo trataran a uno. En qué momento caimos en que todo lo que damos debe tener algo a cambio? Vivimos en un capitalismo doctrinal.
Al menos esta noche, yo, mientras converso con Fernando, le doy la espalda a ello, a las tradiciones de que a los 30 te dejó el tren si no estás casada con un bebé entre los brazos, a los hoteles caros y con vacaciones prefabricadas y producidas en línea. Estamos en un viaje dadaísta. No podria ser de otra manera.

De marcha



Irma, Sandra y yo de marcha en Madrid

Ya en el aeropuerto en Madrid, me espera mi super amiga Sandra, a quien conocí en Tamarindo hace unos meses, cuando como parte de este periodo dadaísta pasé una temporada en la playa aprendiendo sobre genética y genealogía. Actualmente, Sandra tiene su propio fin supremo, pero a la inversa: el escenario que ella ha escogido es Costa Rica, de modo que ambas nos vemos desde distintos lados del espejo. Y es que es lógico: a la hora de viajar, uno busca lo opuesto al lugar en que vive. Si no, dónde estaría el descubrimiento, la aventura de lo desconocido, el aprendizaje, el reto de la adaptación? Totalmente normal que, mientras ella sueña con playas paradisiacas y lecciones de surf, yo delire por ciudades cosmopolitas, donde siempre hay algo que hacer.
En fin, la mae, en la máxima expresión de pura vida, me llega a buscar al aeropuerto junto con el pan dulce de su mamá y me llevan a su acogedor piso en Madrid, donde mi primera actividad son unas cuantas horas de hibernación patrocinadas por mis casi 20 horas de viaje.
Más tarde, como dicen aquí: nos vamos de marcha! Es noche de carnaval en Madrid, de modo que no sorprende encontrarse desde gente vestida en pijamas hasta un rey caminando por las calles. Y es que se me había olvidado que esta gente Halloween no lo celebra (no viven en el patio trasero de Estados Unidos) de manera que esta es su oportunidad anual de disfrazarse un rato y jugar a ser algo más interesante que un ciudadano promedio.
Nosotras pasamos de la metamorfosis carnavalesca y junto con Irma y Maribel (dos amigas super tuanis de Sandra) nos sentamos en el frío madrileño en una terraza de un restaurante indio. Las leyes aqui recientemente han exiliado a los fumadores de los calientitos úteros de restaurantes y bares, de modo que si queremos contaminarnos tendrá que ser afuera, a costa de aguantar lluvia, nieve o sol. Claro, es aquí donde descubro que mi invierno en Michigan me ha inmnunizado: apenas y siento frío. Sería una mentira decir que me congelo luego de haber pasado meses bajo cero, así que estoicamente aguanto la temperatura de unos 8 grados más o menos, mientras me tomo un vino tinto y como un pollo relleno de queso.
Más tarde, pasamos por unas cervezas en un bar local y luego de fumar junto con el novio guineano de Sandra (estamos en una ciudad cosmopolita, lo reitero), vamos en busca de un lugar donde bailar un poquito. Claro, ha de ser por el jet lag, o porque mi percepción del tiempo anda alterada que siento que caminamos TODO Madrid antes de llegar a un atiborrado bar (que a todo esto es brasileño) donde se pueda estar de pie sin chocar con una conejita o un improvisado imitador de la película Scream en esta noche de carnaval. Es aqui donde pasa uno  de esos momentos surrealistas por los que la vida vale la pena: a ver, en qué momento llegue a dar a un bar brasileño en Madrid con un poco de gente disfrazada en compañía de dos españolas y un guineano? Así que lo disfruto. Son las 3 de la mañana aquí y yo he llegado apenas hace doce horas, pero me la estoy pasando GENIAL, así que no necesito disfraz para divertirme. De todas maneras, ya soy una tica en Madrid y es lo suficientemente extraño como para gozar la noche de carnaval.

Preludio: Colombia, tierra querida...

Nada mejor que las regresiones en un relato, no? Así que ubiquémonos: acabo de llegar a Bogotá en preludio del viaje a Madrid, España. Nueve horas de escala. Aeropuerto? Obvio que NO. Por suerte, tengo dos salvavidas parceritos: Pedro y Carlos. El primero, víctima potencial de IICD. El segundo, superviviente de IICD Michigan y reclutador oficial, así que cuidado cuando hablen con él: es taaaaan encantador que en la de menos terminan como yo, pasando meses en África cargando agua desde el pozo y pidiendo limosna en todo Walmart disponible en Estados Unidos.
En fin, aunque un poco más frío que San José, no hay mucha diferencia con Bogotá. Padecen también ellos de un cielo diarreico, así que una lluvia torrencial es lo primero que me saluda. Pedro, quien es el encargado de ir a buscar a esta tica que por primera vez llega a Colombia, tierra querida, está batallando con las presas típicas de ciudad en un viernes a la hora pico, de modo que me tomo un café local, mientras espero y observo el modus vivendi del aeropuerto El Dorado... Del cual, no hay mucho que contar. Un aeopuerto como cualquier otro.
Finalmente, levanto mi mirada del suelo y ahi me encuentro con Pedro, quien será mi anfitrión por esas largas horas de espera. Nos subimos a un taxi y vamos a rodar por las vías asfálticas de Bogotá, hasta dar con un centro comercial donde nos quedamos de ver con Carlos. A Carlitos no lo veo desde que salí de Michigan hace ya casi dos años, de modo que el encuentro es súper emotivo. Y claro, hay mucho de qué hablar, así que luego de una crepe y de dos cervezas nacionales la conversación está tan animada, que tengo que salir volando a agarrar el avión antes de que me deje...


Con Pedrito y con Carlitos, mis hosts colombianos

Es una LÁSTIMA que no me haya podido quedar más en Bogotá. La verdad es que Colombia tiene la triple B: bueno, bonito y barato. Lo triste es que le precede su fama dolorosa de Pablo Escobar, las FARC y coches bomba que han creado leyendas urbanas que, en Costa Rica, país caracterizado por un etnocentrismo marcado, hacen desistir al tico promedio muchas veces de visitar este país. Lo cierto es que en pocas horas yo me he llevado una impresión envidiable. No entiendo cómo me he dejado engañar por el miedo y he dejado pasar la oportunidad de visitar un país que está a la vuelta de la esquina y que tiene tanto que ofrecer. Queda en mi top 10 para un próximo fin supremo, que sin dudas no demandará tanto tiempo y dinero como la costosa Europa...
Mientras tanto, hacia ya enrumbo. Sentada junto a la puerta de emergencia del avión (si no se puede pagar clase ejecuiva, este es un excelente modo de tener más espacio para estirar las piernas, lo cual en un vuelo de 9 horas se agradece), me echo la cobija encima y luego de ver El cisne negro, me preparo para dormir.
Así que buenas noches, mientras este preludio termina con un acorde pianisimo.

Madrileando

Lo dije y lo reitero...Esto de hacer diarios de viaje no es lo mío. Ya el quinto día del fin supremo y heme aquí, anotando hasta ahora...
En fin, Madrid ha estado de coña! Mi reconciliación con la madre patria (después del hurto infame del brasileño de mis sueños por una española hija de su madre) es completa. Y es aquí el momento para declarar una vez más que NO tengo bandera. Porque como dirían chespiritamente: no nos hagamos tarugos. Costa Rica un éxito de país verdecitamente ecológico y lo que quieran, pero San José tiene que ser una de las peores ciudades que decoran este mapa mundi del buen Dios. Decir lo contrario es defender lo indefendible. San José es una ciudad muerta. MUERTA. Y cómo no pensar en ese cadáver maloliente urbano: cuándo hay carros y gente caminando por montones en las aceras, y buses que funcionan a las 3 a.m en pleno centro de la ciudad? Cuándo? Quien haya tenido la experiencia de comerse unas tapas, en un bar minúsculo y atestado de gente, todos de pie tomándose su vino o su "cañita", escuchando rumba flamenca, con el mercado del Rastro a la par y me venga a decir que es mejor ir a sentarse a una soda ahí, viendo todo el tiempo si entre el gentío que camina por el mercado del Mayoreo aparece una mano con intenciones ladronas, mientras se escucha a Mario McGregor recitar la oda al fútbol de un partido Carmelita-Santos... o sea MAEEEEE!
Lo cierto es que ahí sí que habría que organizar algo como un día de "retomemos nuestras calles". Saldríamos todos los josefinos dignos y honrados (que tengo plena seguridad de que somos la mayoría, por mucho que el viejo del saco de La Extra nos asuste) y tomaríamos los parques de nuevo a altas horas de la noche, usaríamos los buses hasta que saliera el sol y declararíamos que San José es nuestra de nuevo, no del miedo, de los delincuentes y de los periódicos amarillistas. Qué HERMOSO liberarse del miedo... Porque San José es mía. Es nuestra. Y NO la disfrutamos. Por ejemplo, los parques. Me encanta el parque España y el Morazán y qué más me gustaría que sentarme en una nochecita fría de diciembre simplemente a hablar con un amigo y compartir un cigarrillo, viendo el cielo luego de haber ido a cenar... PERO NO! Esos parques son de una minoría que vive a expensas de los demás. Esos parques son de ellos y después de otra hora, no se puede entrar al menos que uno esté dispuesto a pagar el precio, que se mide en Ipods, celulares o relojes que lleve uno ese día para robarle. Es tan deprimente que la ciudad no sea tuya...

Plaza Mayor, Madrid

Pero aquí en Madrid con mucho gusto me la han prestado. Anoche anduve de aquí para allá socializando: me encontré con Miguel, un amigo que tenía 11 años de no ver, y luego fui a casa de unos maes veganos (de eso habrá un capítulo próximo, porque fue toda una experiencia dadaísta). Regresé a la casa de Fernando, mi couchsurfer, a las 11.30 p.m., solita, sin miedo, en transporte público... Tenía tanto de no hacer eso sin estar paranoica de leyendas urbanas...
Por eso no me queda más que decir: GRACIAS MADRID! Está de la PUTA MADRE!