Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

domingo, 24 de abril de 2011

El efecto Mozart

(Extracto de la Pascualina, Viena, 15 de abril)
¡Mae! TENÍA simplemente que escribir algo en este sitio: a la derecha Beethoven, a la izquierda Schubert. Al frente Strauss y Brahms. ¡MAE!
Por supuesto que mi primera parada en Viena tenía que ser ir a ver gente muerta, estos cementerios son un éxito. No es lo ideal tal vez para muchos, pero a mí me ENCANTAN los cementerios, y aunque sea un día bastante frío, al menos no está lloviendo y da para sentarse a comer mis dos últimas tajadas de pan y darle muerte a la Nutella que cargo desde Suiza. Ah, Viena... Y con tantos cadáveres famosos irónicamente silenciosos rodeándome... Surrealista.
Beethoven und ich

Como cellista, contrabajista y oboísta frustrada, Austria estaba en la lista para algunos peregrinajes musicales, por supuesto. Y es que eso es algo que aún me queda por resolver: tantos años de mi vida estudiando música y ¿a dónde he ido a parar? A ningún sitio... ¿Será ya tarde para reanudar una carrera en un mundo tan competitivo como la música, que vive de prodigios y no de arrepentidos treintones como yo? ¿O debo seguir como en los últimos años, solo tocando cuando me gusta? Es algo que tendría que resolver en este viaje y de ahí mi interés por entrar de nuevo en contacto con sueños musicales añejos y ya, tristemente, silenciosos...
Cuando era niña, mi abuelo tenía un disco de acetato de Mozart; en la portada, una foto de Salzburgo. Yo sabía, entonces, que ahí sonaba la sinfonía número 40. Eso, y que me gustaba muchísimo merodear entre los instrumentos de la bodega del Teatro Nacional, donde trabajaba, lo convencieron a él y a mi mamá de que podía estudiar música. Casi que me diagnostican un talento bendecido por el efecto Mozart si hubieran especulado al respecto en los 80's. Así que 1989: ya estaba yo matriculada en la Sinfónica Juvenil y el resto es historia.
Historia que no tiene un final feliz. Porque ese es mi problema: por muy creyente de la reencarnación que sea, no he podido enforcarme nunca en una sola cosa, porque TODO me llama la atención y TODO quiero hacerlo aunque sea solo una vez en esta vida. Y una vida no alcanza, ciertamente. De modo que, rebotando de instrumento en instrumento y de carrera en carrera, a esto he llegado hoy por hoy: a ser nómada de profesión, y a tener un oboe y un cello en casa llenándose de polvo y de silencio...
Y es que, lamentablemente, cargar con un cello o un contrabajo mientras se mochilea está fuera de la ecuación (ya lo hice una vez y evitaré a toda costa que la experiencia se repita), de modo que en este peregrinaje no cuento con partitura. Y así, con varios años de compases de silencio, llego a mi primera parada en este reencuentro con la música: Salzburgo. Escenario también de The Sound of Music, película de cabecera todos los diciembres, visitar los escenarios del filme definitivamente llama mi atención, pero hay un obstáculo: el dinero, naturlich, porque un tour por los sitios donde se rodó la peli sale caro y, sí, un poco artificial. Tampoco puedo malcriar a la Andrea-1985 dentro de mí todo el tiempo, que ya Heidi salió bastante cariñosa. Igual, seguro que se divertirá visitando las dos casas de Mozart...
Así que, con un frío criminal, hacia allá enrumbo, luego de perderme un poco en el minúsculamente urbano Salzburgo, que parece una ciudad de estas en miniatura que habitan dentro un domo artificial con agua y que, cada vez que se sacude, parece que nieva y que funciona también como una cajita de música; sin duda, uno de esos pocos souvenirs hermosamente románticos. De hecho, hoy ha nevado un poco en la mañana, así que agradezco la frase salvadora del Fer España, cuando propuse dejar mi abrigo en su casa, eufóricamente motivada por una Suiza demasiado soleada: "Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo". Y, por muy pesado que sea el puto abrigo, por dicha que me lo he traído, porque me congelo. Para terminarla de rematar, está lloviendo y esa precaución sí que no la he tenido: como media docena de sombrillas en mi casa en San José, capital con cielo roto, y no me traje ni una. La verga... Bueno, ya ni modo.
La primera casa de Mozart es en la que vivió varios años, ya que viajó la tercera parte de su vida (moraleja, niños, moraleja) Hago mi ingreso con aire solemne, como debe ser, al salón de baile en el segundo piso, que también servía para que jugaran tiro al blanco, dulces caprichos de la época en que ser canoso y melenudo estaba de moda. La casa, en sí, está bastante reconstruida, porque se la apearon en la Segunda Guerra Mundial (las guerras no respetan la vida, menos la casa de Mozart), de modo que no me transmite mucha emoción, la verdad. Aunque, por supuesto, hay objetos de reverencia en el sitio: una copia de una ópera autografiada por Strauss, cartas, el piano de Mozart (¿o más bien el clavecín de Mozart? Este alemán que tampoco nunca aprendí me confunde y no tengo los nombres de los instrumentos antiguos a flor de labios, así que llamémoslo chapuceramente "piano", aunque sé bien que no es un piano).
Lo primero que me viene a la mente es, curiosamente, un episodio de los Simpsons: una parodia en la que Bart es Mozart y vive como un rock star de su tiempo, acosado por fans, el marketing, la fama... Y tal me parece que así es la vara. Ni fotos se pueden tomar, lo cual me parece medio inconcebible, porque a donde quiera que he ido (con excepción de la Capilla Sixtina) siempre he podido tomar fotos donde me ha dado la gana en tanto no sean con flash, lo cual me parece comprensible.
Keine photo me dice un guarda... La verga, ni que el bendito "piano" se fuera a desintegrar con una pinche foto. Estratégicamente, me pongo lejos del instrumento en cuestión, me oculto tras un mueble que expone unas cartas en las que Mozart le contaba a su mamá lo bien que le había ido con una ópera en no sé dónde y bla, bla, bla...  "¿Y quiere ver cómo le tomo una foto al piano de Mozart?". ¡Clic!
Mozart's Klavier

Con la segunda casa de Mozart, donde nació, el aire solemne es aun mayor. Sin embargo, un grupo de adolescentes en viaje de clase le quita un poco el espíritu de peregrinación, con sus Ipods, sus comentarios estúpidos y sus Nintendo DS en mano. ¿Que ya no hay nada sagrado?, me pregunto, mientras los veo felices solo porque han perdido un día de clases y los han sacado a pasear de sus prisiones escolares. Pero es que en realidad, no sé si esto sea sagrado...
Porque o sea, de acuerdo: Mozart un genio, un prodigio, lo que quieran. Pero al rato cansa un poco esto de la reverencia. El violín que usó de niño, vaya, eso sí que llama la atención. Pero ya la billetera de Mozart... La tabaquera de Mozart... El PELO de Mozart, mae, media docena de pelos que ni siquiera se tiene certeza absoluta de que sean de él... Pronto me voy a topar con el papel higiénico usado por Mozart... Ya ni se diga de la tienda de regalos: después del muñeco de Van Gogh con la oreja desprendible que vi en el Moma en Nueva York, el patito de hule amarillo con atuendo de Mozart me parece EL COLMO de la idiotez en materia souvenirística... Y conservar todos esos instrumentos como reliquias, sin la posibilidad de que suenen de nuevo, que para eso precisamente fueron hechos, me parece casi un crimen.
Keine photo, me dice una mujer, cuando intento tomarle foto al clavecín en que Mozart compuso La Flauta Mágica y el Requiem. Yo, haciéndome la mensa, planeo contestarle en portugués para que vea que no entiendo ni jota (el español es sospechosamente popular),  pero es muy tarde, a veces mi lengua va más rápido que mi cerebro, ya se sabe que eso en mí es legendario, y así, me sale un mal pronunciado, pero al fin y al cabo, entendible: Sorry? No photos! Me vuelve a decir, con cara de que le vino la regla hoy, y tiene dolor de ovarios, migraña e hipersensibilidad de tetas, todo junto. Y cuando se da la vuelta... "¿Quiere ver cómo le tomo una foto al piano donde Mozart compuso La Flauta Mágica y el Requiem?". ¡Clic!
Y de aquí salieron el Requiem y La Flauta Mágica

Mae, es que tanta reverencia cansa... Al final, lo más emocionante para mí es que MILAGRO DE MILAGROS: puedo orinar GRATIS en la casa de Mozart, porque esto de cobrar por los baños se vuelve pandémico... Ya ni en un pinche McDonald's se puede orinar con todo y ser cliente. Ah, y que encuentro una sombrilla olvidada con un mango de cabeza de pato y ¡roja! Un éxito.
De modo que la visita al Cementerio Central, en Viena, termina siendo más gratificante para mí. Visitar cadáveres es gratis y ordenadamente, han puesto a los compositores todos juntos, así que no tengo problema alguno en encontrarme con Gluck, Strauss, Beethoven, Schubert, Brahms... 
 Yo, con los grandes entre los grandes. Cementerio Central, Viena

De hecho, es extraño: he sabido llegar justo al sitio, en un reino de Hades enorme, sin necesidad de guía alguna... Claro, un grupo de japoneses en tour ayuda siempre. Eso sí que NUNCA falla: si están buscando un sitio famoso, ultra turístico, mega reconocido, SIEMPRE habrá un tour de japoneses tomando fotos. ES LEY.  Y una vez más se cumple: ahí están, fotografiando lo poquísimo que puede quedar de estos maestros que se han vuelto silenciosos, porque al final eso es lo que queda: silencio. Silencio para el violín niño de Mozart. Silencio para un Beethoven prematuramente sordo. Y silencio para mi cello, allá, lejos, con todos los sueños que no se hicieron realidad... ¿Por qué a todos quienes estudiamos música nos exigen ser Mozart? ¿Para llegar a esto? ¿Para ser utilizados como fuente de dinero, aún años después de la muerte? ¿Y la música qué?
Puffff... Qué cosa estúpida... Lo juro ante la tumba de los grandes entre los grandes: la música jamás será un negocio para mí... Me niego a ser parte del efecto Mozart-marketing-dinero. En ese caso, prefiero el eterno silencio que danza en el cementerio central de Viena, gratis, libre... Tal y como yo quiero ser.

domingo, 17 de abril de 2011

The Edukators

The Edukators... Es una película austriaco-alemana sobre tres chicos, incluyendo la versión alemana de Gael García Bernal (Daniel Bruhl), que entran en casas de gente con mucho dinero, reacomodan los muebles y dejan una nota que dice: "die fetten Jahre sind vorbei" (the days of plenty are over), or "Sie haben zu viel Geld" (you have too much money). ¿El objetivo? Educar a la clase alta. Anoche la he visto junto con Georg, mi couchsurfer austriaco, un tipo con dreds largos y el espíritu más libre aún, en medio de una Viena que se vuelve cada vez más surrealista. 
Creo que he iniciado un camino sin retorno en cuanto a mí misma. Aunque nunca he sido muy convencional que digamos, ahora estoy cada vez más dispuesta a llevar a cabo mucho de lo que pienso, digo y nunca hago. Es el encanto de Europa y de las ciudades acá: aquí nadie es polo, nadie es ridículo, cada quien hace lo que quiere y cuando quiere, muy diferente a la aldea de San José, donde a las 10 pm ya nadie camina seguro por la calle  y todos vivimos viendo a ver cómo nos parecemos cada vez más los unos a los otros, sin compartir ni siquiera un chicle. No extraño nada esa hipocresía colonial urbana en la que he vivido buena parte de mi vida. Aquí me siento más libre y mucho mejor persona...
Anoche hemos hecho cosas interesantes Georg y yo. Dadaismo: vamos a un restaurante paquistaní donde se puede comer todo lo que uno quiera... y pagar sólo lo que uno quiere. Por cinco euros como arroz, pollo, vegetales, garbanzos, ensalada y un postre riquísimo, puedo repetir las veces que quiero... ¡Y queda cerca de la oficina de Freud, mae! Luego, caminamos al lado del río, que es un afluente del Danubio. Hay una fiesta debajo de uno de los puentes, un puente iluminado con azul, en medio de grafitis, en una noche también azulada en Viena...
 Under the bridge...
Yo, under the bridge

Podríamos habernos quedado, que no todas las noches asiste uno a una fiesta bajo un puente, pero la música es lo único que no matiza, demasiado electrónica, así que optamos por un plan MUCHO MEJOR: Georg tiene una llave maestra y entramos en medio de la noche nada más y nada menos que a la Hundertwasserhaus, un edificio de apartamentos en Viena, hecho por el artista Friedensrecih Hundertwasser (que le regalaba confites a Georg cuando era niño, por cierto) y el arquitecto Joseph Krawina. El edificio en sí es TOTALMENTE mi estilo y me recuerda mucho a Gaudí: sin líneas rectas (porque la naturaleza no es recta), súper colorido, el piso es ondulado, ve uno hacia un lado y hay un pavo real, hacia el otro y hay un pelícano, hay sorpresas por todo lado.
 Hundertwasserhaus

Subimos hasta el jardín que hay en el techo. Hay luna llena. ¡Se ve todo Viena desde aquí! Un edificio gigante muestra en los ventanales un conejo saltando y huevos de pascua rodando (estamos en Pascua aquí, muy diferente a la Semana Santa de mea culpa, mea culpa, mea culpa). La gente camina por la calle y Georg les grita desde la azotea Guten Abend. Fumamos un cigarrillo. Encendemos una candela. ADORO estos momentos tan surrealistas: ¿en qué instante de mi vida terminé en la azotea de la Hudertwasserhaus en Viena, viendo huevos de pascua rodar y conejos saltando en un edificio, con luna llena, después de haber devorado comida paquistaní hasta saciarme, en compañía de un austriaco con dreds salvajes? 
Viena de noche, desde la azotea de la Hundretwasserhaus. Al fondo, el edificio con los conejos saltando...

Mae, me encanta mi vida... Es increíble cuando puedo decir eso con plena certeza: ME ENCANTA MI VIDA. Y quisiera que todo el mundo viva como yo estoy viviendo, cada vez más libre, haciendo mis sueños realidad, sin excusas de dinero, sin excusas de convencionalismos, sin excusas de éxito, sin miedo de que a los 30 debo estar casada, endeudada con un apartamento y un carro... Antes de venirme, escuché tantos pretextos para no hacerlo... Que el dinero, que la carrera, que la madurez, que la familia, que los peligros... Lo cierto es que son puros miedos, puras vacas sagradas que la gente se inventa y luego tiene temor de sacrificar, lo cierto es que no todo el mundo quiere robarte, ni violarte, ni hacerte la vida imposible, no todos te envidian, no todos son malos. Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos, decían en Todo sobre mi madre de Pedro Almodovar... Y es algo TAN CIERTO. Hay mucha gente buena ahí afuera, pero tenemos miedo los unos de los otros, de lo desconocido, de lo impredecible...  Me da miedo hacer couchsurfing sola, pensaba yo antes... Y aquí estoy, haciendo amigos por todas partes, y no pasa nada. Ayer, Georg incluso me regaló unas Converse y un libro para aprender alemán en español. Tenía una novia mexicana y parece que quiere limpiar un poco el karma...
Georg und ich in the Hundretwasserhaus

Lo cierto es que me dan más ganas de hacer a la gente feliz ahora. Un poco síndrome Amelie, como vos lo tuviste, aunque me enamoré de ÉL aún más... Y creo que me gustaría formar parte de alguno de estos movimientos como Improve everywhere. Y esta es la cápsula cultural del día: se trata de gente que organiza demostraciones masivas en medio de las ciudades, sólo para hacer el día más divertido de los estresados y agobiantes transeúntes. Así, un día entrás a una estación de tren y todo el mundo está "congelado" por cinco minutos: http://www.youtube.com/watch?v=jwMj3PJDxuo (Georg hizo esto dos veces en Viena: se quedó estático bebiendo un cartón de jugo mientras la gente caminaba extrañada a su alrededor). U organizan un musical en medio de un supermercado: http://www.youtube.com/watch?v=WnY59mDJ1gg.  O hay un tipo que quiere darte los hi5 en la escalera eléctrica del metro. O el típico: ponerse con un rótulo que dice Free hugs y ver cuánta gente llega a abrazarte... Creo que voy a intentar ese, dado que con mi pulso de mierda no creo que pueda quedarme congelada, y ya sabemos que los musicales no se me dan... Además, a veces me siento un poco sola... Y quién sabe, tal vez algún día me vuelva una Edukator...