Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

lunes, 5 de diciembre de 2011

¿Quién quiere ser millonario?

Usted recibió 900 mil dólares por:
A) Unos confites que mi tata no se comió al final.
B) Por hacerle un favor a un compa.
C) Porque soy un corrupto.
D) No me acuerdo.
B, respuesta definitiva.
Posiblemente José María Figueres, para llegar a tan preclara explicación después de 7 años (en el concurso ya le hubieran sonado la chicharra) usó todos los comodines: la llamada telefónica a un asesor de imagen, el 50/50 para que se la dejaran más fácil (luego de ser enterrado 15 minutos como parte del entrenamiento en Westpoint uno puede perder la memoria) y la ayuda del público, que seguro le recomendó llorar para que todos exclamáramos con el indulto absoluto y por antonomasia de Tiquicia: “¡Pobrecito!”
Esa es la triste historia del primer exiliado en años del país. Moraleja, niños, moraleja: no le den consejos a nadie si ofrece darles 900 mil dólares a cambio, porque puede uno terminar con que no le dirijan más la palabra sus vecinos suizos (que suelen ser tan cálidos que aquello parece la serie de televisión El Barrio) y sin comerse un tamal en años. La tragedia.
Caudillismo del siglo XXI. ¿Quiere ser millonario? Primero, busque tener un apellido famoso, porque de otra forma no será usted la mente más rápida. Cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece y, en este, la historia más reciente ha demostrado que ese es un requisito indispensable. En este país la democracia se ha convertido en un circo cada cuatro años. El resto del tiempo basta con hacerse un nombre, tipo la publicidad por posicionamiento. ¿Una marca de cerveza? Imperial. ¿Una de salsa inglesa? Lizano. ¿Un presidente? Calderón, Figueres o Arias. Yo a veces me lamento de tener unos apellidos tan corrientes y poco célebres, porque en este país basta con tener un nombre reconocido para que las puertas se abran, como si fuera una contraseña al poder. José María llegó a ser presidente por ser hijo de quien fue. Y Calderón también. Y Pacheco porque salía en tele. Y Rodrigo Arias se emociona todo porque está bendecido desde la pila bautismal ahora. Hay que tener nombre y ser de la argolla. Sólo así se logra, ya no se vota por partidos políticos, ni por ideologías, ni menos por integridad. Y por eso es que estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez, como una mala película que sigue en cartelera porque a nadie se le ocurre poner otra. Si José María vuelve a Tiquicia al mejor estilo de El Regreso a comerse el tamal y se le mete la ventolera de ser reelecto, como le pasó a su contemporáneo generacional de la otra acera, alguien fijo le va a dar pelota inspirado en glorias del 48 y porque, seguramente, se beneficiará de una de las frases más conformistas que se han escrito en la historia de la humanidad y que muchos siguen esgrimiendo como un argumento incuestionablemente válido: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”. Aquí lo que importa es el nombre. Como dice Umberto Eco al final de su novela El nombre de la rosa: “De la rosa solo queda el nombre”. Si se es una rosa blanca, roja o podrida, da exactamente igual: se sigue siendo rosa.
Memoria de teflón. ¿Quiere ser millonario? Si ya cumplió con el primer requisito y se lo llevó un tren por delante (errores cometemos todos, ¿o no les ha pasado que casi un millón de dólares los atropelle?), no se preocupe: aquí después de siete años nadie se acuerda de nada. Cuando dicen que Costa Rica es el país más feliz del mundo, se me viene a la cabeza Erasmo de Rotterdam y el Elogio a la locura. En Tiquicia tal vez la gente no perdona, pero sí olvida, lo cual pragmáticamente viene a ser mejor. Hasta hoy nadie se acordaba de José María Figueres, ni de su exilio (seguro que en España ha de ir a un grupo de apoyo con las víctimas del franquismo). Ahora las redes sociales están caldeadas con docenas de voluntarios que, para su última cena, se ofrecen a cocinarle un tamal antes de que lo quemen en el estadio nacional (que no se cansan de estrenarlo). Pero esperemos a que pase Navidad y que el rompope haga su alzheimer y podrá llegar al Juan Santamaría sin que nadie lo reconozca. Y podrá reinventarse de nuevo, surgir de entre las cenizas y ya lo veremos, en la versión 2.0, como empresario, asesor internacional o hijo pródigo de Liberación Nacional, pero siempre en las grandes ligas.
¿Quiere ser millonario? Si no cumple con lo anterior, no queda más que irse al programa, donde lo logrará con la humilde suma de 15 millones de colones... No son 900 mil dólares, pero no se queje: al menos puede comerse un tamal e ir a La Sabana, porque no todos tenemos la Lucha o dónde caernos muertos. Pero diay, está tuanis la jugada en el país más feliz del mundo. Yo ya estoy haciendo fila frente a canal 7.








jueves, 1 de diciembre de 2011

Santa Claus no existe

Santa Claus no existe. Si usted fue un niño(a) bueno(a) todo el año y está esperando un regalo tan material como todo lo perecedero en este mundo, queme su carta. O si quiere seguir siendo bueno, recíclela. Porque ese viejito, gordito y fetichistamente rojo, dulce por todo el azúcar de la Coca Cola que lo creó, es solo leyenda de marketing. Es un hecho.
Sin embargo, todos hemos terminado por aceptar su presencia y mea culpa: yo tengo fotos con Santa ya adulta en un mall y aquí en mi casa hay uno que baila Jingle bells rock. Al menos, tiene rostro bondadoso y hace que, por una vez al año, estar pasado de peso y ser adulto mayor sea algo chiva.
El acabose se transmitió el 1 de diciembre a las 4 de la tarde por Teletica, con una película titulada Una Navidad genial. Jesús, a este paso, no creo que quiera venir una segunda vez: en esta aberración de producción gringa pop, Santa Claus es un hombre de negocios (cincuentón y atractivo según los estándares del botox), de traje entero, que reparte regalos en un convertible rojo último modelo en compañía de una adolescente rubia más vacía que una muñeca Bratz. ¿Perdón???
¿Que ya no les basta? Excelente forma de empezar el mes de diciembre. Ya no les basta con corromper el verdadero sentido de la Navidad con un Santa Claus importado. Ahora, para ser bueno y traer paz al mundo, se debe tener un look a lo Donald Trump si se es hombre y, si se es mujer, se debe vestir uno con un vestido rojo intenso y ser rubia, como la señora Claus, quien al final de la película recibe a su exitoso marido con un abrazo que presagia sexo navideño. ¿Son estos los valores que inculca canal 7 a las 4 de la tarde empezando diciembre? Me ahuevás.
Yo no soy católica, ni siquiera cristiana. Tampoco fui una buena niña este año para andar tirando la primera piedra. Pero me indigna profundamente cómo los valores de una religión se han distorsionado por un materialismo que ha llegado a este punto. Yo creo que las creencias se respetan, desde todos los puntos posibles, y este tipo de programación, que es lo más alejado a los valores de humildad que predicó Jesús, en un canal que justo después de este esperpento fílmico pone un contradictorio Ángelus, no tiene nombre. No se trata de ser moralistamente utópico, ni convertirse en el Grinch criollo, ni ser más papista que el Papa. Si en muchos hogares del país hay un portal y arriba cuelgan unas botas rojas, jo jo jo: los tiempos cambian. Pero es que convertir esta época en una navidad de Barbie y Ken, cuando ya se ha corrompido tanto, y ponerlo en horario infantil no me parece algo ajustado a una responsabilidad como comunicadores.
Mi chiquito, apague el tele. Por supuesto, no creo que muchos adultos tengan tiempo a las cuatro de la tarde para ver una película destinada a un público infantil, como yo, que en retroceso a los 80 estaba esperando Los pitufos. Y por ahí, confiados en la niñera por excelencia, dejaron a sus hijos ver una película que ha debido pasar todos los controles para obtener el título de Para todo público.
Por supuesto, no tiene violencia explícita, ni sexo, ni malas palabras. Lo que me cuestiono es si esos programas son realmente el problema. Los niños generalmente saben que no se miente, que no se mata, que no se roba. Los mandamientos los tienen más fresquitos que nosotros muchas veces. Pero los niños no perciben actitudes igualmente dañinas como el materialismo o como los estereotipos absurdos de perfección. Y es por ese afán de consumismo desesperado y por esos estándares inalcanzables de belleza que la gente roba, que la gente mata, que la gente miente. Esa es la raíz de todos los males. Si un asaltante hace un bajonazo, pistola en mano, es porque, entre todos los problemas psicosociológicos que carga, lo que quiere, al fin de cuentas, es eso: dinero que le permita comprar esas cosas materiales por las que la humanidad delira. Y, si de verdad no es tan consumista, al menos no morirse de hambre, mal que fácilmente se solucionaría con un poco más de solidaridad en vez de estar pisoteándose por un nuevo celular en viernes negro.
Santa Claus no existe. Quizás este mundo se ha vuelto tan distorsionado que incluso ya no haya espacio para él si no viene vestido de Armani, manejando un convertible rojo y coordinando la entrega de regalos desde un Android. O al menos, por un par de horas, a Teletica le pareció así.
¿Santa???????