Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

miércoles, 31 de agosto de 2011

El eterno resplandor de una mente sin recuerdo

"Andrea Aguilar-Calderón anhela el eterno resplandor de una mente sin recuerdo" . Esa soy yo, hace un año exactamente, apunto de comenzar septiembre. Bendita aplicación nueva del Facebook, que te recuerda qué pensabas hace un año. ¡No me había percatado hasta ahora de que todos los septiembres me los paso tratando de olvidar a alguien!
Septiembre del 2008: yo, a punto de mudarme a los Estados Unidos, intentando olvidar a Simmel.
Septiembre del 2009: yo, en Mozambique, intentando olvidar a Thiago.
Septiembre del 2010: yo, en Costa Rica, intentando olvidar a Thiago (¡va de nuevo!).
Septiembre del 2011: yo, en Italia, intentando olvidarte a vos...
¿ES UN PATRÓN DE MIERDA O QUÉ???
Si la bendita clínica esta Lacuna existiera, seguro que ya tendría una tarjeta de cliente frecuente y ya a estas alturas dirían: "Señorita Aguilar-Calderón, ¿usted por aquí de nuevo? A ver, déjeme chequear su carnet... claro, está vez ya le toca gratis,  la quinta vez es cortesía de la casa". Vaya, de ser así parece que en el 2012 me ahorraré algún dinero... Éxito.
 ¿Por qué me paso todos los septiembres olvidando a alguien que amo? ¿Qué estoy haciendo en mi vida para que esto se repita año tras año, solo que en diferentes escenarios? ¡Dios, qué triste y patética soy!
Y hoy me he vuelto a ver la película: El eterno resplandor de una mente sin recuerdo. Curiosamente, hay partes que no recuerdo; de hecho, hay muchísimas partes que no recordaba, ni siquiera el final. Capaz que al chile me he ido a la clínica sin saberlo, todos los años, y por eso no me acuerdo de qué se trataba la peli y verla de nuevo se transforma en verla por primera vez. Capaz que un día al chile me despierto por la mañana y miro este quinteto de estrellas en mi brazo y no sé lo qué significan ya. 
¿Por qué los he tenido que olvidar a todos ustedes, malparidos? ¿Y por qué me ha costado TANTO trabajo hacerlo? 
Claro, porque la verdad yo no tengo los huevos para borrarlos nunca de mí. Los conservo ahí, en mi baúl, bajo llave, y ahí están sus recuerdos almacenados, porque siempre los voy a amar de una u otra forma, aunque al menos con un par de ustedes, si me los encuentro en la calle, finja demencia, así como Clementine no conoce a Joel cuando él la llega a buscar a la librería. Porque me he esmerado en olvidar lo malo que pasó entre nosotros, para que ya no duela, pero lo bueno... Lo bueno sigue ahí, y nunca quisiera deshacerme de esos recuerdos porque entonces... entonces sería como tener Alzheimer, que a mí me parece la enfermedad más triste del mundo.
Y bueno, ahí tengo ese troll de Marilyn Monroe que me regalaste cuando cumplí quince años. ¿Un troll de Marilyn Monroe? WTF????? ¿Qué utilidad tiene eso? Si ni siquiera es bonito y para terminarla de amolar, el día de mi cumpleaños se te olvidó en la casa y luego se lo diste al novio de mi amiga para que ella me lo diera a mí. Y era tan feo el bendito troll, que ella lo dejó en el balcón esa noche, porque le dio miedo dormir con ese muñeco demente de plástico en su cuarto. ¿Qué te pasó en la cabeza para regalarme un troll de Marilyn Monroe? Pero lo conservo, porque fue el mejor cumpleaños de mi vida. Yo venía súper ahuevada porque me había quedado ese año en matemáticas y tenía que ir a curso de verano todos los días, y mientras todas las chicas de mi clase tenían la súper fiesta de quinceaños o el súper viaje, ya sabía yo que eso no pasaría conmigo... Y de repente, después de un cumpleaños de los más patéticos de mi existencia, llego a casa en la noche y abro la puerta, y saltás vos disfrazado de regalo... Una fiesta sorpresa. La mejor fiesta de mi vida. Así que ahí está el bendito troll, para siempre, en el baúl. Y conservo muchas más cosas de vos, en una caja de zapatos. La candela que te quedó horrible en la clase de Educación para el Hogar. Y el macramé, que tampoco te quedó bien, si cuelgo una planta seguro que se cae en dos segundos. Y papelitos que tirabas en la soda y luego yo los recogía. Y LO PEOR: tengo el chicle que me pasaste cuando nos dimos el primer beso, jugando botellita, en 1995. Sí, lo admito: ¡tengo un chile de 16 años guardado en mi casa!
El famoso troll de Marilyn Monroe

Y vos... Vos también tenés tu caja de zapatos. Todos esos papelitos que nos pasábamos en clase y en los cuales te dije que me gustabas. Va, lo dije yo primero, ¿te acordás? Luego de ese primer beso, que yo sentía como si hubiese sido un incesto, porque eras mi mejor amigo, como mi hermano, al final me puse a pensar si de veras me gustabas y sí. Así que ahí lo tengo, tengo la prueba escrita: fui yo quien me declaré. ¿Y sabés que conservo aún? La camisa de las primeras ocasiones, esa de cuadros que te ponías siempre que algo importante pasaba. Casual, normalucha más bien, pero te daba un aire un poco grunge en cierta forma. Claro, eran los 90´s y yo era tu mala influencia: fui yo quien te enseñó a fumar y quien te enseñó a coger. Bueno, esto último lo aprendimos juntos, yo tampoco sabía, lo admito. Y conservo la candela que encendimos juntos cuando llegó el 2000. ¿Te acordás? Le dije a mi familia que lo pasaría con la tuya y vos le dijiste a la tuya que lo pasarías con la mía, y así nos quedamos juntos, los dos solos en tu casa. E hicimos el amor a la luz de una candela blanca. Yo en ese tiempo aún creía que el amor se hacía así, porque vos eras el único que había pasado por mi cama y yo era todavía tan inocente que confundía el sexo con amor... . Y luego salimos a la calle, desde donde se veía San José y encendimos de nuevo la vela. Y no miramos el reloj, ni contamos "5, 4, 3, 2, 1" con el resto del mundo para recibir el nuevo milenio. Nos esperamos a que el cielo se llenara de colores con los fuegos artificiales y ahí nos dimos entonces cuenta de que ya habíamos cambiado de siglo y brindamos con vino barato y nos dimos un beso. Fue mi primer beso de este siglo. Y por mucho tiempo, el mejor año nuevo de mi vida.
Noviembre de 1999. Nosotros en la universidad, con los compas de Generales, un mes antes de año nuevo


Y de vos... De vos tengo poco, aunque posiblemente fuiste quien me regaló más cosas de todos. La relación más larga... Olvidarte ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida. Y por eso con vos hice algo inaudito: un día, luego de discutir por chat, salí llorando de la oficina y, con mi impulsividad tan típica, abri el baúl y saqué todo, TODO, lo que me habías dado. Y luego fui, entré a tu casa como un huracán de odio y te lancé los recuerdos de seis años en la cara, hechos pedacitos. La foto que me hiciste en el lago de Atitlán, en el primero de nuestros muchos viajes juntos, cuando cogimos por primera vez en el baño de ese bar de Antigua Guatemala. La hamaca en miniatura que me diste porque no tenía espacio para colgar una de verdad en mi cuarto. El tucán de madera balsa, porque no quería recordar más que hubo alguien que alguna vez me dijo "Tucán" para fastidiarme con mi nariz y "Pajarito" para contentarme. Los juegos de Nintendo. ¿Te acordás cuando compramos el Gamecube esa Navidad? Mae, ni fuimos a Zapote ese año, ni a la playa, ni nada por estar los dos enviciados jugando Zelda en el cuarto hasta que saliera el sol. ¡Qué felices que fuimos ese diciembre...! Y aun así, todo te lo lancé en la cara. Ahora me arrepiento como no tenés idea... Y solo conservo un par de cosas que no me di cuenta de que seguían ahí cuando tuve ese derroche de ira: el florero que me regalaste cuando volviste de uno de los viajes de Nicaragua y la coneja de peluche que me diste cuando redecoré mi cuarto la última vez. El florero se quebró con el terremoto de Cinchona, pero está reparado; la goma casi ni se nota. Y nunca más ha tenido flores. Porque las últimas flores que recibí de un hombre en Costa Rica fueron las tuyas justo el día antes de marcharme a Estados Unidos, cuando llegaste con un ramo de flores amarillas y con lágrimas en los ojos, cuando ya tenía yo todo a medio empacar para irme para siempre lejos de vos. Pero era tarde ya. Fue la última vez que nos abrazamos. La última vez que nos besamos. Y luego yo me fui y las flores se quedaron en mi casa, hasta que se marchitaron, porque no me dejaban subirme con ellas en el avión. Y yo me quedé con el amor marchito, esperando hasta el último segundo que aparecieras en la sala de abordaje del aeropuerto y me detuvieras, como pasa en las películas con finales felices. Pero nunca me detuviste...
La foto que me tomaste en Atitlán, en nuestro primer viaje juntos...


Y de vos tengo esa ardilla ridícula que te encontraste en la bodega del edificio en que vivíamos. Vaya, bonito primer regalo: algo que te encontrás por ahí tirado en una bodega. Pero a mí me encantó: combinaba bien con Gordon, el hipopótamo de madera que yo había adoptado como mascota no más recién llegué a Michigan. Y también conservo la caja de música en forma de tranvía que toca I left my heart in San Francisco. ¡Qué días más felices tuvimos en San Francisco! La gente hasta nos preguntaba si estábamos de luna de miel... ¿Te acordás cuando te paró la policía porque para variar ibas manejando rápidisimo y mientras hablabas con el oficial, a mí me agarró esa risa histérica porque justo a la par de nosotros había, absurdamente, un perro manejando? 
O cachorro dirigendo...

¿Y cuando fuimos a ese bosque donde había árboles petrificados y nos metimos en la tienda de regalos, y vos te robaste un pedazo de tronco y yo una postal, y nos cagamos de risa porque confesamos a la vez cuando nos subimos al carro que nos habíamos chuleado algo cuando la empleada hablaba por teléfono? Bueno, es que vos y yo éramos medio lacras, también nos colamos al Jardín Japonés sin pagar y nos robábamos cosas del Wal Mart como si fuera una postura política trascendental, cuando en realidad lo que pasaba es que éramos súper pobres y vivíamos en un cuarto de tres metros cuadrados en un pueblo perdido de Michigan... Y luego, en San Francisco, hicimos ese collage para Ben estando súper pijiados y nos reímos porque los dos queríamos pegar un elefante de espaldas... Nos pareció esa noche una obra maestra...y a la mañana siguiente ni recordábamos por qué. Y conservo lo más triste de todo: tu collar, ese que usabas siempre y que me diste, cuando nos separamos, esa noche en que me fuiste a dejar al aeropuerto de Chicago. La condición era que te lo devolviera cuando nos juntásemos de nuevo... Y yo aún confío en que algún día podás perdonarme toda las mierdas que te hice y que al menos lleguemos a ser amigos de nuevo, y devolvértelo... Yo ya te perdoné. Te amaba lo suficiente como para perdonarte.
Yo, mirándote y amándote desde el carro, mientras tomabas una foto del Golden Gate...


Y de vos... De vos conservo tus cartas, todas y cada una de ellas. El espantapájaros que me compraste en El Rastro, ese verano lejano en Madrid. Se le ha caído una pata desde siempre, pero nunca la pierde, como si quisiera conservar la posibilidad de poder correr de nuevo hacia vos. Y la rosa seca que me enviaste a Holanda en aquella carta, esa última vez que supe de vos, la última vez en siete años porque nunca fui capaz de respondértela y te dejé ir... Y el cordón de tu bota. Me lo diste esa mañana, en la playa, luego de que me dieras el mejor beso hasta la fecha que alguien me haya dado. Qué noche... El cielo estaba estrellado, y había luna. Y me acababas de decir que yo era la que te gustaba, justo al final.  Siempre, siempre te esperás al final... Y pasó una estrella fugaz y me dijiste que pidiera un deseo... Y yo pedí volverte a ver de nuevo. Y se cumplió... Se cumplió 6 años después y mirá que estrella fugaz más cumplida, que incluso te volví a ver 7 años después una vez más. A la mañana siguiente, me pediste un mechón de mi cabello y yo dejé que lo cortaras de una de mis dos colas; qué niña que era que así me peinaba en ese entonces... Y me diste el cordón de una de tus botas. Luego caminamos juntos y yo me subí en el bus y cuando me asomé por la ventana vi que llorabas... Yo nunca había visto a un hombre llorar por mí antes. E igual pasó 7 años después en Madrid, cuando me subí al tren. De esa vez conservo  el CD con el soundtrack de Amelie, que me recuerda cuando aún eras capaz de decirme "te amo". Con ese CD escribí mi primera novela, ¿sabés? Porque cuando lo escuchaba podía acordarme lo que era amar a alguien con locura, con todas las ganas, sin miedos...  Y ocupaba recordar cómo se sentía todo eso cuando la escribí. Y claro, conservo la piedra, que me recuerda todos los días que siete años no pasaron en vano y que he llegado tarde, cuando ya no podés amarme más.
Y es por todo eso, cabrones infelices, que aunque la famosa clínica Lacuna existiera y yo pudiera disfrutar del eterno resplandor de una mente sin recuerdo, no iría. Porque a pesar de que todos ustedes, sin excepción, me han hecho llorar, al mismo tiempo, todos y cada uno de ustedes me han hecho, en algún momento, la mujer más feliz sobre la faz de esta tierra. Y no importa entonces que me hayan hecho canalladas: no los voy a olvidar jamás y los amaré siempre, de alguna u otra forma,  y ahí los llevo, tatuados en mi brazo izquierdo, el del lado del corazón, porque ahí van a estar hasta el último día de mi vida, aunque me tenga que pasar el resto de los septiembres que me quedan por delante olvidándolos por turnos... Porque aunque Alexander Pope haya dicho en su poema Eternal Sunshine of the Spotless Mind: "Qué feliz es la virgen sin tacha. Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada. ¡Eterno resplandor de la mente inmaculada! Cada oración aceptada, cada deseo cumplido" yo prefiero el eterno resplandor de la sonrisa que los hombres que he amado me siguen dando cuando los recuerdo... porque aunque fuera por un breve instante en el tiempo, como una estrella fugaz, ellos fueron mi oración aceptada y mi deseo cumplido.
El día en que decidí tatuarme y no tener jamás el eterno resplandor de una mente sin recuerdo...

jueves, 25 de agosto de 2011

Un dulce y solitario reino llamado Tallinn

Tallinn... El nombre casi suena como de cuento: "Érase una vez un reino muy, muy lejano, llamado Tallinn...Un reino donde no se ocultaba el sol". En mi primera noche en Estonia,  después de cuestionarme por qué nunca se apaga la luz  donde duermo, me percato que es porque no llega a anochecer del todo en un verano cada vez más próximo a estas latitudes que respiran el aire helado del polo norte. Realmente es un reino muy, muy lejano...
Un reino tan lejano como sólo puede serlo uno donde se escriben finales felices. Porque en este, en el mío, no existen esos finales de cuento de hadas. Me agarran los lectores de este blog en un día ciertamente malo, en el que sufro psíndrome premenstrual y complejo de Cenicienta. Si algún día llego a tener hijas no les voy a leer cuentos de hadas, ni voy a dejarlas ver películas de Disney: tantos finales felices que en la vida real NO existen. Puffff... No: mis hijas van a leer El Principito y van a ver películas de Woody Allen. Así, no van a sentir la cachetada de la decepción. 
Y es que heme aquí, en la que una vez fue para mí la romántica Italia siete años atrás, ahora limpiando pisos todo el día, mientras en las noches salgo con prospectos que ni siquiera llegan a retazos de príncipe: de todos no se hace uno. No hay pajaritos que canten amistosos y me ayuden a doblar las sábanas de las quince camas en promedio que tengo que hacer por día: solo una peste de palomas que se cagan en todo, LITERALMENTE. No hay hada madrina que me haga un vestido de fantasía de mi ropa que apesta a sudor con este calor asqueroso de verano, si no que de hecho hoy descubrí que se acabó el detergente porque aquí, en Italia, son tan vagos (e inexplicable e injustamente prósperos) que cierran todos los negocios por dos semanas y se van de vacaciones: ergo, la lavandería está cerrada y he pasado dos días lavando sábanas, toallas y fundas non stop. Sí, gente: me agarran en un mal día...
Y es que así me siento ahora y así me sentí en Tallinn tres meses atrás: injusta y terriblemente sola.  Y es que de verdad Tallinn es una ciudad como de cuento. Entrando de lleno en el top 10 de lugares favoritos durante este viaje dadaísta, cuenta con murallas medievales que envuelven el casco antiguo, torres desde las que perfectamente me puedo imaginar a cualquier princesa esperando a que la rescaten, y una catedral ortodoxa que escapa al efecto impala porque es, realmente, impresionante. Conscientes de su apariencia del siglo XIII, los restaurantes están ambientados como si fuesen tabernas de alguna aldea del medioevo, y a los pobres meseros, por supuesto, los obligan a usar ropa de época, lo cual en verano debe ser, ciertamente, una tortura. Por supuesto, no pueden faltar los arqueros que cobran a los turistas por acertar a un blanco que, a estas alturas del milenio, resulta más hipotético que darle al ojo de un ciervo en movimiento al mejor estilo Robin Hood.
El medioevo en el siglo XXI

Tallinn es, ciertamente, hermosa... Tan hermosa que quisiera compartirla con alguien...  Happiness is just real when you share it with someone. Eso lo escribió Chris McCandless, el loco sociópata que se metió meses en un bus abandonado en Alaska para escapar del mundo moderno y que, al final, se murió de hambre dejando tras de sí material para una epopeya jack-londiana que se narra en Into the Wild, libro que estoy leyendo ahora. Un mae que desapareció por casi 2 años sin comunicarse con su familia y a esa conclusión llegó a la postre... Y es que yo siempre lo he sabido y, contrario a lo que muchos se imaginan, no me gusta viajar sola. De hecho, lo odio la mayor parte del tiempo, pero lo hago porque no me queda de otra: ninguno de mis conocidos se atreve a dejarlo todo tirado y lanzarse a mochilear sin rumbo. Y en días como este, cuando me encuentro en Tallinn, muero por decirle a alguien: "Hey, estamos en una ciudad que parece de cuento. ¿Por qué no jugamos un rato a que estamos es uno?" Y no tiene por qué ser con un principito con quien juegue... Tan solo un amigo... Podemos jugar a ser duendes y hacerle bromas a la gente que pasa, no tiene que ser que yo me ponga en la torre de un castillo a jugar de princesa y esperar a que me venga a rescatar alguien, y lanzarle una trenza de cabello para que suba por la muralla... ¡qué aburrido! ¿Ese sería mi papel estelar en un cuento de hadas? ¿Nada más valerme de un cabello sin fin como única arma capilar para escribir un final feliz? Puffff... Qué vara tan sin gracia... Si alguien viniera a rescatarme que me pase una espada mejor, y me lanzo a matar al dragón con él, que para eso soy yo de los barrios del sur.
Una pareja se toma una foto con la muralla de fondo... Yo me espero y con el gorillapad me tomo una a  mí misma... Maaaae... Qué triste.
Mi soledad y yo

Luego de merodear por las calles, decido irme a la plaza y sentarme un rato... Había quedado de encontrarme con un couchsurfer, un chico español que hace voluntariado en Estonia y quien se había ofrecido a llevarme por un café. Al final no ha podido y, en vista de mi soledad crónica, decido erróneamente ir al punto de la ciudad más transitado pues ocupo sentirme, de alguna forma, acompañada por alguien más que no sea la Cow. Pero el intento es infructuoso: es increíble cómo se puede estar rodeada de gente y a la vez sentirse taaaan sola. Esta plaza está atestada de turistas y de locales, pero igual, es como si no hubiera nadie más. Me siento taaaan sola...
Y de repente: alguien viene y me abraza. Son un par de chicas, con uno de esos carteles de Free Hugs. Me han alegrado el día: cuando más ocupaba uno, ellas han venido ¡y me lo han dado gratis! Definitivamente, esta idea de los abrazos gratuitos es un éxito, nos hemos convertido en sociedades cada vez más pobladas, pero no por ello menos solitarias. Tendría yo que seguir dando abrazos gratis después de Varsovia, sería también ser un poco duende y no ocupo a nadie más para jugar. Sí, quizás deba hacer eso en este momento de 100 horas de soledad: hacerme yo también un cartel y comenzar a abrazar a desconocidos que lo necesitan tanto como yo.
La plaza de la ciudad en Tallinn, con el consabido grupo de turistas japoneses...

Y cuando comienzo a sentirme generosa, amistosa y pacífica, en armonía con el mundo, con un espíritu Amelie a flor de piel que puede erupcionar en cualquier momento y comenzar a estrechar en mis brazos a una humanidad huérfana de amor, como no podía faltar en mi mundo Woody Allen, después de las dulces chicas con el cartel de Free Hugs, viene alguien a cagarse en todo... ¡Por supuesto! ¡No sería mi vida sin estos sarcasmos del destino!
Como a los cinco minutos, viene un mae a intentar ligarme con la típica excusa de si tengo un cigarrillo que me sobre... Pufffff... No es por ser carepicha, pero es que no me gusta nada: aparte de feo como tres días de hambre, no me inspira confianza, anda con un trío de amigos que la verdad me dan pésima vibra, me parece que ha de andar medio drogado incluso y para terminarla de amolar, huele mal... Le contesto monosilábicamente para demostrar desinterés y tal parece que por fin logro que se regrese con su tripleta de compas... Solo para decirles a ellos que se queda conmigo y que pueden irse de vuelta al cubil del infierno de donde se han debido escapar esta tarde. ¡PLOP!  "So, what do you want to see here in Tallinn?" me dice como si yo hubiera accedido a que fuese mi guía turístico personal. A ver, a ver muchacho: ¿en qué momento le dije yo "sí, andá a decirle a tus tres simios voladores que se larguen de vuelta al inframundo porque quiero quedarme a solas con vos para que me llevés a terminar de arruinarme el día?". Sí, había deseado toda la tarde estar con alguien para recorrer la ciudad, pero ¿con este mae???? Y aprendo entonces,una vez más, la valiosa lección de más vale sola que mal acompañada. "I want to see many things, but by myself", le digo en una recuperación de mi independencia y me marcho, procurando irme por otra calle todo lo deprisa posible porque el tipo, como si no entendiera cómo carajos he podido rechazar tan maravillosa oferta, me sigue para colmos. ¡Puffff! Qué suerte la mía...
Finalmente, después de tomar un par de fotos y sentarme a mirar cómo los turistas fallan en actividades tan sencillas como el tiro con arco y con ballesta, decido regresarme. De feria he escogido sentarme en un parque donde hay esculturas de parejas abrazándose... ¿Qué carajos le pasa al universo hoy, que conspira contra mí???
Las esculturas del parque... ¡PLOP Y REPLOP!

Sí, definitivamente es momento de abandonar esta ciudad hermosa, pero solitaria, y regresarme. Mi castillo temporal en esta capital de cuento de hadas es la sala de una pareja súper joven, donde la Cow encuentra varias homólogas estonias: a la chica le gusta coleccionar vacas, de modo que aquí mi bovina compañera de viaje vive realmente la experiencia del couchsurfing de forma integral. Al menos una de las dos ha encontrado conexión con alguien en este, para mí, solitario reino báltico...
La Cow haciendo couchsurfing con congéneres estonias

Por mi parte yo, dadaístamente, comparto la habitación con una chinchilla estonia, de actividades nocturnas, suave, veloz y roedora, pues al menor descuido le zampa un mordisco modesto pero contundente a mi Pascualina. Suerte que yo, con mis capacidades de bella durmiente contemporánea, no me despierto con su corretear desvelado ni me importa su impertinencia roedora. Y es que los animales me caen mejor que las personas... Si fuera un roommate humano el que hiciese tanto ruido, después de un día como hoy, lo lanzaría por la ventana para que se fuera de cabeza al foso o se lo comiera el dragón que duerme afuera. ¡Estoy antisocial a morir aquí! Quizás mañana amanezca de mejor humor, cuando sea momento de cruzar el mar Báltico en barco rumbo a Finlandia,  de donde tomaré un avión hacia Berlín para buscar la salida de los estados Schenguen antes de que me deporten... Quizás podría pasar de nuevo por Innsbruck, donde está Johannes y sus ojos de niño y sus manos grandotas y su cama con vista a los Alpes... Necesito que alguien me abrace...
Qué reino tan lejano y hermoso es Tallinn... Y qué solitario para una principita que está tatuada mirando el vacío de donde debería estar un principito que no se encuentra, definitivamente, en este asteroide...

domingo, 14 de agosto de 2011

Yo soy puta, pero no marché

Yo soy puta y no lo sabía. Soy puta porque en aras de estar imitando al varón me metí a estudiar a la universidad y nunca aprendí a cocinar. Qué puta: educarme me pareció más importante que alimentarme. Soy puta porque hoy salí con un short cortito y no me vestí con recato. Qué puta: sentirme fresca en un día de calor me pareció más importante que la decencia. Soy puta porque me he ido a la cama con varios (y probablemente lo haga esta noche también) y no usé mis dones sexuales exclusivamente para la reproducción. Qué puta: me pareció más importante tener un orgasmo y amar a quien yo quisiera hoy que esperarme al día de mi matrimonio.
Yo soy puta y no lo sabía. Pero igual, siendo así de puta, puta-puta y reputa, hoy no me dio la gana ir a la marcha... Y es que yo, así de puta, hubiera marchado contra las tiendas que venden solo ropa con tallas menores a ocho, por todas las veces que fui a comprar un jeans y me hicieron sentir gorda al no caber en sus raquíticos moldes de la mujer perfecta: ellos son los que me arruinaron el sabor del tres leches que me quise comer después. Yo hubiera marchado contra todos esos hijos de su madre que me dicen "rica, mamacita, venga que la chupo toda" si salgo con un short cuando hace calor: ellos son los que me obligan a vestirme con recato porque no quiero que me nalgueen ni que me expriman una teta. Igual, también hubiera marchado contra todas esas ordas masculinas vegetando en una esquina, que me hacen cruzar la calle cuando no lo necesito para escapar de sus abusos verbales-sexuales: ellos hacen que mi camino sea innecesariamente más largo. También hubiera marchado contra todos los jefes que les pagan más a los hombres que a las mujeres aunque desempeñen el mismo puesto de trabajo: ellos son los que me hacen sentir menospreciada y que me provocan envidia de pene, al mejor estilo freudiano. Yo hubiera marchado contra todos los que dicen que si a los 30 no me he casado, es porque ya me dejó el tren: son ellos quienes me hacen sentir que solo valgo como mujer si tengo a un par de pantalones a mi lado. Yo hubiera marchado contra todos los hombres que me rompieron el corazón porque solo querían llevarme a la cama y no amarme, y que sienten que es más importante la cantidad de mujeres que la calidad de la mujer.
Porque yo a la iglesia, si es que voy, voy solo el domingo y son todos ellos, miembros orgullosos del estado laico, los que me hacen la vida miserable de lunes a lunes.
El evangelio según el nuevo milenio. Sí, estamos de acuerdo: una barbaridad que a las mujeres nos llamen a “vestir con recato”, que nos condenen por “imitar a los varones” y que nos limiten al ámbito familiar-doméstico como mayor meta en la vida. Sí, no deja de ser colonial ver a cuatro mujeres que deciden mantenerse vírgenes y ser esposas de Cristo en pleno siglo XXI, en una ceremonia donde el blanco sigue siendo el color de una perfección que se resume en contar con un himen intacto, íntegro e inmaculado. Sí, estamos de acuerdo: la iglesia cuenta con una influencia desproporcionada en un país que incluso la menciona desde el génesis de su Constitución Política, como si Costa Rica se tratara de un estado asociado al Vaticano. Y sí: yo no soy católica, quedé vacunada después de seis años en una escuela de monjas, donde me obligaban a llevar la enagua por debajo de la rodilla, lo cual me complicaba jugar elástico, brincar suiza y subirme a los árboles a bajar mangos.
Pero, al mismo tiempo, me parece que quienes nos hacen la vida de cuadritos a las mujeres, hoy por hoy, no son los curas.
Los evangelios que nos rigen hoy son distintos, no se encuentran en la Biblia. Se encuentran en la televisión, donde las mujeres claro que van a clases, porque tienen derecho a educarse, pero usando una faldita a cuadros y dos colitas al mejor estilo RBD. O, mejor aun: se encuentran en cualquier colegio del país, donde se puede ver a docenas de niñas usando esos pantalones tan ajustados que parece que se los untan cada mañana antes de salir, listas para jugar, desde la tierna edad de trece años, a ser “ricas” porque ese es el objetivo primordial de cualquier mujer en la vida. No es la enorme y abrumadora mayoría la que presta atención al sermón del padre desde el púlpito, pero sí lo es la que mira fijamente a las chicas Pilsen bailar desde la barra y que convierte a cualquier hija de vecina de brassier inflado en “modelo”. No es el infierno lo que espanta al vulgo, si no el rechazo social, el ser la gorda, la solterona, la güeisa que no ha tenido sexo en un mes.
La inquisición, hoy en día, no reside en tribunales eclesiásticos si no que anida en las pancartas publicitarias, en las oficinas de puestos desequilibrados, en los chistes de doble sentido, en las barras de los bares, en la taza del interior que abraza la bulímica en un último y ahogado grito por ser perfecta.
Orinando fuera del tarro. Es tan fácil jugar a ser de vanguardia y ponerse a despotricar frente a la catedral... Atacar lo obvio, lo evidente. Rasgarse las vestiduras por unas palabras. Darle los hachazos finales a una institución que está entrando en desuso como la iglesia católica. Se asemeja cada vez más a un tronco podrido, que con cualquier brisa caerá por su propio peso.
Pero qué tan difícil resulta ponerse a despotricar frente al chinamo en Palmares donde las rumberitas lanzan camisetas al público (qué amargado resultaría aguarles la fiesta a todos). Qué tan difícil resulta para los hombres escoger a la gorda de entre todas las mujeres del bar (diay mae, qué me queda, al menos tiene las tetas grandes). Qué tan difícil es para muchos creer que una mujer puede ser una excelente ingeniera en sistemas, una excelente mecánica, o incluso, una excelente chofer (mejor que estudiemos psicología, preescolar o periodismo). Son pocos y pocas (por aquello de la igualdad de género, que se preocupa incluso por pequeñeces idiomáticas) quienes están dispuestos a salir bajo el ala del feminismo tradicional y atacar lo que en verdad nos limita a las mujeres hoy por hoy.
Y, por eso, yo no fui a la marcha de las putas, aunque sea puta y reputa. Porque Jesús incluso perdonó a María Magdalena... pero a los sepulcros blanqueados, a todos aquellos que ven la paja en el ojo ajeno en lugar del ver la viga en el propio... jamás.