Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

miércoles, 13 de marzo de 2013

Epílogo


13 de marzo. No me lo he propuesto, de verdad que no lo he hecho con alevosía, premeditación o cualquiera de esos términos que hacen más culpables a los pecadores. Si acaso sea esa negligencia que ocasiona no pensarte y tropezarme de nuevo con vos.
Es 13 de marzo de 2013 y estoy empacando para irme a Europa. Es 13 de marzo y han pasado exactamente dos años desde que nos despedimos. Es 13 de marzo y es mi última noche en Costa Rica. Es 13 de marzo y mañana voy a cruzar el océano otra vez. Es 13 de marzo y no deja de sorprenderme que en esta ocasión no será por vos.
Ha pasado más de un año desde mi regreso y mientras me miro al espejo, sigo reconociendo detrás de mis ojos casi lo mismo que me llevó a marcharme y a escribir esta historia. Si bien es cierto que en este camino he recibido el apoyo de muchísimas personas que me han hecho creer aun más en mí misma y que, de un experimento de diario de viaje que a la postre no funcionó, salió lo que será mi primera novela por publicarse en España, no me siento particularmente diferente. Cuando me miro a mí misma veo a la misma Andrea de toda la vida. Igual de impredecible. Igual de impaciente. Igual de insatisfecha.
Hace ya varios años, cuando me marché por primera vez, él me dio esas mismas razones para dejar de amarme. Vos crees que tu vida es como una novela. Para vos nunca nada es suficiente. Vos no sabés conformarte con poco.
En ese momento, me sentí profundamente ofendida. Mientras la imagen de una vida perfecta se deshacía en círculos concéntricos en un agua que había permanecido demasiado quieta hasta estancarse, sentía que el hecho de que me acusara de inconforme era el último empujón para hundirme hasta el fondo del pantano de una culpa que no era solo mía. ¿Que yo era una drama queen? ¿Que yo era ambiciosa? ¿Que yo no podía disfrutar de las cosas simples de la vida? Mae, pero si yo era feliz comiendo sushi y viendo una película un viernes por la noche en sus brazos, mientras afuera llovía de forma neciamente tropical.
Hoy reconozco que él tenía razón. Lejos estoy de poder escribir la última línea, que no es un “Y fueron felices para siempre”, sino esa frase que te libera de todos los demonios: “Ya no le pido nada más a la vida”. Y me alegro de estar tan lejos de hacerlo como siento que lejos está de mí la vejez. Sí, para mí nunca nada es suficiente: el mundo es demasiado amplio como para quedarme en la misma página, leyendo lo mismo que se escribe una y otra vez con cotidiano papel carbón. No, no quiero una vida simple: quiero llegar a vieja con miles de historias que contar, aunque sean originadas por mil malas decisiones tomadas que, al fin y al cabo, son las que terminan por producir historias más interesantes. Sí: creo que mi vida es una novela y me voy a esforzar por hacerla interesante, porque será la más importante de todas las que alguna vez llegaré a escribir.
Así, en este tiempo, lo único que me ha quedado claro es que debo seguir escribiendo. Todo lo demás continúa siendo una incógnita. Supongo que esa es la moraleja, si es que debe quedar alguna: hay que dar el primer paso ahora, aunque enfrente tuyo no se vea absolutamente nada. Y después, conforme te vayás moviendo, el camino irá apareciendo por sí mismo. Y la historia se irá escribiendo por sí sola.
Por lo demás sigo siendo la misma. De hecho, conforme más y más voy empacando, me doy cuenta de que incluso me estoy llevando prácticamente la misma ropa. Me llevo la misma laptop para escribir. Me llevo la misma Cow como compañera de viaje. Y me llevo las mismas Converse para caminar.
Lo único que ya no veo en mi mochila, o en mis ojos a través del espejo, es el amor que sentí alguna vez. En su lugar, solo queda un vacío que ya nadie es capaz de cruzar.
Mientras cierro la mochila y mi última noche en mi país insiste en cobijarme, me pregunto si he logrado bajarme del caballito de madera y estoy dispuesta a sentarme en uno de verdad que me lleve hacia algún lado: ser escritora, encontrar un lugar para vivir del que nunca me canse, volver a sentir tan siquiera una pizca de lo que sentí por vos alguna vez por otro hombre. Trabajo. Hogar. Familia... La madurez, esa de la que tanto hablan. ¿O prefiero seguir simplemente disfrutando del paso del tiempo?
¿Tengo que decidirlo ahora? No. Generalmente cuando empiezo a escribir una historia, no sé cómo irá a terminar y, de todas maneras, el don de la clarividencia está reservado sólo a unos pocos.
Así que esto no es un epílogo en realidad. Es sólo el cambio de libro. Siempre se puede escribir una segunda parte a la historia y aun así seguir siendo la heroína. En especial porque puedo resignarme a muchas cosas, incluso a dejarte ir, pero NUNCA me resignaré a vivir una vida que no sea digna de ser narrada.
Sobre el caballito de madera apenas comienza...

No hay comentarios:

Publicar un comentario