Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

miércoles, 31 de agosto de 2011

El eterno resplandor de una mente sin recuerdo

"Andrea Aguilar-Calderón anhela el eterno resplandor de una mente sin recuerdo" . Esa soy yo, hace un año exactamente, apunto de comenzar septiembre. Bendita aplicación nueva del Facebook, que te recuerda qué pensabas hace un año. ¡No me había percatado hasta ahora de que todos los septiembres me los paso tratando de olvidar a alguien!
Septiembre del 2008: yo, a punto de mudarme a los Estados Unidos, intentando olvidar a Simmel.
Septiembre del 2009: yo, en Mozambique, intentando olvidar a Thiago.
Septiembre del 2010: yo, en Costa Rica, intentando olvidar a Thiago (¡va de nuevo!).
Septiembre del 2011: yo, en Italia, intentando olvidarte a vos...
¿ES UN PATRÓN DE MIERDA O QUÉ???
Si la bendita clínica esta Lacuna existiera, seguro que ya tendría una tarjeta de cliente frecuente y ya a estas alturas dirían: "Señorita Aguilar-Calderón, ¿usted por aquí de nuevo? A ver, déjeme chequear su carnet... claro, está vez ya le toca gratis,  la quinta vez es cortesía de la casa". Vaya, de ser así parece que en el 2012 me ahorraré algún dinero... Éxito.
 ¿Por qué me paso todos los septiembres olvidando a alguien que amo? ¿Qué estoy haciendo en mi vida para que esto se repita año tras año, solo que en diferentes escenarios? ¡Dios, qué triste y patética soy!
Y hoy me he vuelto a ver la película: El eterno resplandor de una mente sin recuerdo. Curiosamente, hay partes que no recuerdo; de hecho, hay muchísimas partes que no recordaba, ni siquiera el final. Capaz que al chile me he ido a la clínica sin saberlo, todos los años, y por eso no me acuerdo de qué se trataba la peli y verla de nuevo se transforma en verla por primera vez. Capaz que un día al chile me despierto por la mañana y miro este quinteto de estrellas en mi brazo y no sé lo qué significan ya. 
¿Por qué los he tenido que olvidar a todos ustedes, malparidos? ¿Y por qué me ha costado TANTO trabajo hacerlo? 
Claro, porque la verdad yo no tengo los huevos para borrarlos nunca de mí. Los conservo ahí, en mi baúl, bajo llave, y ahí están sus recuerdos almacenados, porque siempre los voy a amar de una u otra forma, aunque al menos con un par de ustedes, si me los encuentro en la calle, finja demencia, así como Clementine no conoce a Joel cuando él la llega a buscar a la librería. Porque me he esmerado en olvidar lo malo que pasó entre nosotros, para que ya no duela, pero lo bueno... Lo bueno sigue ahí, y nunca quisiera deshacerme de esos recuerdos porque entonces... entonces sería como tener Alzheimer, que a mí me parece la enfermedad más triste del mundo.
Y bueno, ahí tengo ese troll de Marilyn Monroe que me regalaste cuando cumplí quince años. ¿Un troll de Marilyn Monroe? WTF????? ¿Qué utilidad tiene eso? Si ni siquiera es bonito y para terminarla de amolar, el día de mi cumpleaños se te olvidó en la casa y luego se lo diste al novio de mi amiga para que ella me lo diera a mí. Y era tan feo el bendito troll, que ella lo dejó en el balcón esa noche, porque le dio miedo dormir con ese muñeco demente de plástico en su cuarto. ¿Qué te pasó en la cabeza para regalarme un troll de Marilyn Monroe? Pero lo conservo, porque fue el mejor cumpleaños de mi vida. Yo venía súper ahuevada porque me había quedado ese año en matemáticas y tenía que ir a curso de verano todos los días, y mientras todas las chicas de mi clase tenían la súper fiesta de quinceaños o el súper viaje, ya sabía yo que eso no pasaría conmigo... Y de repente, después de un cumpleaños de los más patéticos de mi existencia, llego a casa en la noche y abro la puerta, y saltás vos disfrazado de regalo... Una fiesta sorpresa. La mejor fiesta de mi vida. Así que ahí está el bendito troll, para siempre, en el baúl. Y conservo muchas más cosas de vos, en una caja de zapatos. La candela que te quedó horrible en la clase de Educación para el Hogar. Y el macramé, que tampoco te quedó bien, si cuelgo una planta seguro que se cae en dos segundos. Y papelitos que tirabas en la soda y luego yo los recogía. Y LO PEOR: tengo el chicle que me pasaste cuando nos dimos el primer beso, jugando botellita, en 1995. Sí, lo admito: ¡tengo un chile de 16 años guardado en mi casa!
El famoso troll de Marilyn Monroe

Y vos... Vos también tenés tu caja de zapatos. Todos esos papelitos que nos pasábamos en clase y en los cuales te dije que me gustabas. Va, lo dije yo primero, ¿te acordás? Luego de ese primer beso, que yo sentía como si hubiese sido un incesto, porque eras mi mejor amigo, como mi hermano, al final me puse a pensar si de veras me gustabas y sí. Así que ahí lo tengo, tengo la prueba escrita: fui yo quien me declaré. ¿Y sabés que conservo aún? La camisa de las primeras ocasiones, esa de cuadros que te ponías siempre que algo importante pasaba. Casual, normalucha más bien, pero te daba un aire un poco grunge en cierta forma. Claro, eran los 90´s y yo era tu mala influencia: fui yo quien te enseñó a fumar y quien te enseñó a coger. Bueno, esto último lo aprendimos juntos, yo tampoco sabía, lo admito. Y conservo la candela que encendimos juntos cuando llegó el 2000. ¿Te acordás? Le dije a mi familia que lo pasaría con la tuya y vos le dijiste a la tuya que lo pasarías con la mía, y así nos quedamos juntos, los dos solos en tu casa. E hicimos el amor a la luz de una candela blanca. Yo en ese tiempo aún creía que el amor se hacía así, porque vos eras el único que había pasado por mi cama y yo era todavía tan inocente que confundía el sexo con amor... . Y luego salimos a la calle, desde donde se veía San José y encendimos de nuevo la vela. Y no miramos el reloj, ni contamos "5, 4, 3, 2, 1" con el resto del mundo para recibir el nuevo milenio. Nos esperamos a que el cielo se llenara de colores con los fuegos artificiales y ahí nos dimos entonces cuenta de que ya habíamos cambiado de siglo y brindamos con vino barato y nos dimos un beso. Fue mi primer beso de este siglo. Y por mucho tiempo, el mejor año nuevo de mi vida.
Noviembre de 1999. Nosotros en la universidad, con los compas de Generales, un mes antes de año nuevo


Y de vos... De vos tengo poco, aunque posiblemente fuiste quien me regaló más cosas de todos. La relación más larga... Olvidarte ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida. Y por eso con vos hice algo inaudito: un día, luego de discutir por chat, salí llorando de la oficina y, con mi impulsividad tan típica, abri el baúl y saqué todo, TODO, lo que me habías dado. Y luego fui, entré a tu casa como un huracán de odio y te lancé los recuerdos de seis años en la cara, hechos pedacitos. La foto que me hiciste en el lago de Atitlán, en el primero de nuestros muchos viajes juntos, cuando cogimos por primera vez en el baño de ese bar de Antigua Guatemala. La hamaca en miniatura que me diste porque no tenía espacio para colgar una de verdad en mi cuarto. El tucán de madera balsa, porque no quería recordar más que hubo alguien que alguna vez me dijo "Tucán" para fastidiarme con mi nariz y "Pajarito" para contentarme. Los juegos de Nintendo. ¿Te acordás cuando compramos el Gamecube esa Navidad? Mae, ni fuimos a Zapote ese año, ni a la playa, ni nada por estar los dos enviciados jugando Zelda en el cuarto hasta que saliera el sol. ¡Qué felices que fuimos ese diciembre...! Y aun así, todo te lo lancé en la cara. Ahora me arrepiento como no tenés idea... Y solo conservo un par de cosas que no me di cuenta de que seguían ahí cuando tuve ese derroche de ira: el florero que me regalaste cuando volviste de uno de los viajes de Nicaragua y la coneja de peluche que me diste cuando redecoré mi cuarto la última vez. El florero se quebró con el terremoto de Cinchona, pero está reparado; la goma casi ni se nota. Y nunca más ha tenido flores. Porque las últimas flores que recibí de un hombre en Costa Rica fueron las tuyas justo el día antes de marcharme a Estados Unidos, cuando llegaste con un ramo de flores amarillas y con lágrimas en los ojos, cuando ya tenía yo todo a medio empacar para irme para siempre lejos de vos. Pero era tarde ya. Fue la última vez que nos abrazamos. La última vez que nos besamos. Y luego yo me fui y las flores se quedaron en mi casa, hasta que se marchitaron, porque no me dejaban subirme con ellas en el avión. Y yo me quedé con el amor marchito, esperando hasta el último segundo que aparecieras en la sala de abordaje del aeropuerto y me detuvieras, como pasa en las películas con finales felices. Pero nunca me detuviste...
La foto que me tomaste en Atitlán, en nuestro primer viaje juntos...


Y de vos tengo esa ardilla ridícula que te encontraste en la bodega del edificio en que vivíamos. Vaya, bonito primer regalo: algo que te encontrás por ahí tirado en una bodega. Pero a mí me encantó: combinaba bien con Gordon, el hipopótamo de madera que yo había adoptado como mascota no más recién llegué a Michigan. Y también conservo la caja de música en forma de tranvía que toca I left my heart in San Francisco. ¡Qué días más felices tuvimos en San Francisco! La gente hasta nos preguntaba si estábamos de luna de miel... ¿Te acordás cuando te paró la policía porque para variar ibas manejando rápidisimo y mientras hablabas con el oficial, a mí me agarró esa risa histérica porque justo a la par de nosotros había, absurdamente, un perro manejando? 
O cachorro dirigendo...

¿Y cuando fuimos a ese bosque donde había árboles petrificados y nos metimos en la tienda de regalos, y vos te robaste un pedazo de tronco y yo una postal, y nos cagamos de risa porque confesamos a la vez cuando nos subimos al carro que nos habíamos chuleado algo cuando la empleada hablaba por teléfono? Bueno, es que vos y yo éramos medio lacras, también nos colamos al Jardín Japonés sin pagar y nos robábamos cosas del Wal Mart como si fuera una postura política trascendental, cuando en realidad lo que pasaba es que éramos súper pobres y vivíamos en un cuarto de tres metros cuadrados en un pueblo perdido de Michigan... Y luego, en San Francisco, hicimos ese collage para Ben estando súper pijiados y nos reímos porque los dos queríamos pegar un elefante de espaldas... Nos pareció esa noche una obra maestra...y a la mañana siguiente ni recordábamos por qué. Y conservo lo más triste de todo: tu collar, ese que usabas siempre y que me diste, cuando nos separamos, esa noche en que me fuiste a dejar al aeropuerto de Chicago. La condición era que te lo devolviera cuando nos juntásemos de nuevo... Y yo aún confío en que algún día podás perdonarme toda las mierdas que te hice y que al menos lleguemos a ser amigos de nuevo, y devolvértelo... Yo ya te perdoné. Te amaba lo suficiente como para perdonarte.
Yo, mirándote y amándote desde el carro, mientras tomabas una foto del Golden Gate...


Y de vos... De vos conservo tus cartas, todas y cada una de ellas. El espantapájaros que me compraste en El Rastro, ese verano lejano en Madrid. Se le ha caído una pata desde siempre, pero nunca la pierde, como si quisiera conservar la posibilidad de poder correr de nuevo hacia vos. Y la rosa seca que me enviaste a Holanda en aquella carta, esa última vez que supe de vos, la última vez en siete años porque nunca fui capaz de respondértela y te dejé ir... Y el cordón de tu bota. Me lo diste esa mañana, en la playa, luego de que me dieras el mejor beso hasta la fecha que alguien me haya dado. Qué noche... El cielo estaba estrellado, y había luna. Y me acababas de decir que yo era la que te gustaba, justo al final.  Siempre, siempre te esperás al final... Y pasó una estrella fugaz y me dijiste que pidiera un deseo... Y yo pedí volverte a ver de nuevo. Y se cumplió... Se cumplió 6 años después y mirá que estrella fugaz más cumplida, que incluso te volví a ver 7 años después una vez más. A la mañana siguiente, me pediste un mechón de mi cabello y yo dejé que lo cortaras de una de mis dos colas; qué niña que era que así me peinaba en ese entonces... Y me diste el cordón de una de tus botas. Luego caminamos juntos y yo me subí en el bus y cuando me asomé por la ventana vi que llorabas... Yo nunca había visto a un hombre llorar por mí antes. E igual pasó 7 años después en Madrid, cuando me subí al tren. De esa vez conservo  el CD con el soundtrack de Amelie, que me recuerda cuando aún eras capaz de decirme "te amo". Con ese CD escribí mi primera novela, ¿sabés? Porque cuando lo escuchaba podía acordarme lo que era amar a alguien con locura, con todas las ganas, sin miedos...  Y ocupaba recordar cómo se sentía todo eso cuando la escribí. Y claro, conservo la piedra, que me recuerda todos los días que siete años no pasaron en vano y que he llegado tarde, cuando ya no podés amarme más.
Y es por todo eso, cabrones infelices, que aunque la famosa clínica Lacuna existiera y yo pudiera disfrutar del eterno resplandor de una mente sin recuerdo, no iría. Porque a pesar de que todos ustedes, sin excepción, me han hecho llorar, al mismo tiempo, todos y cada uno de ustedes me han hecho, en algún momento, la mujer más feliz sobre la faz de esta tierra. Y no importa entonces que me hayan hecho canalladas: no los voy a olvidar jamás y los amaré siempre, de alguna u otra forma,  y ahí los llevo, tatuados en mi brazo izquierdo, el del lado del corazón, porque ahí van a estar hasta el último día de mi vida, aunque me tenga que pasar el resto de los septiembres que me quedan por delante olvidándolos por turnos... Porque aunque Alexander Pope haya dicho en su poema Eternal Sunshine of the Spotless Mind: "Qué feliz es la virgen sin tacha. Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada. ¡Eterno resplandor de la mente inmaculada! Cada oración aceptada, cada deseo cumplido" yo prefiero el eterno resplandor de la sonrisa que los hombres que he amado me siguen dando cuando los recuerdo... porque aunque fuera por un breve instante en el tiempo, como una estrella fugaz, ellos fueron mi oración aceptada y mi deseo cumplido.
El día en que decidí tatuarme y no tener jamás el eterno resplandor de una mente sin recuerdo...

3 comentarios:

  1. Estás romántica, como siempre lo has sido, lo digo yo, quien te quiere incondicionalmente, que he seguido paso a paso tus risas y tus lágrimas de tus enamoramientos y desamores. Escribías muy pero muy bien. Dios te proteja y te bendiga!!!

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