Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

jueves, 7 de junio de 2012

Que no te digan NUNCA cómo debe ser tu familia


Nunca, pero nunca, se me olvidará, mientras viva, ese día. Fue uno de esos días de revelación trascendental. Uno de esos que marcan un antes y un después. De epifanía. De iluminación. Un día que constituye una página en blanco entre el antiguo y el nuevo testamento, si se quiere, para proseguir con la analogía bíblica, delirio de muchos.
Tenía 12 años. Estaba aplicando para un nuevo colegio y, como parte del proceso de admisión, requerían un examen psicológico para todos los aspirantes. Era, como suelen ser los exámenes psicológicos rutinarios para ver cuán demente puede ser un carajillo a tan temprana edad, bastante sencillo. Consistía, básicamente, en dibujar una familia.
Crayolas en mano, esbocé, con mi capacidad artística que se quedó estancada en segundo grado, lo obvio: un papá, una mamá y tres hijos (aclaro que mi generación está formada por una extensa cantidad de tríos de retoños. La próxima, tal parece, dibujará un dúo modelo, ojalá y “sea la parejita”). También incluí un perro, por supuesto. En fin, una familia. Según yo, había pasado automáticamente el examen.
“¿Esta es su familia?”, me preguntó la psicóloga, ignorando mis cualidades pictóricas nulas, tal vez para hacerme sentir más “normalita”
“No” contesté. Diay, era la verdad.
“¿Y por qué no dibujó la suya?”, fue su cuestionamiento.
Avergonzada, le dije que eran mis vecinos, los cuales me parecían una familia muy bonita. Diay, era mentira. Sólo que en ese momento no quise parecer tan mutante como para decir que yo, desde que tuviera uso de razón, consideraba que no tenía familia y que, por eso, no la podía dibujar.

Quienes sí debieron protagonizar el dibujo en cuestión
Mi familia, por supuesto, era de la clase aberrante de los tiempos modernos, depravados e inmorales que, por desgracia, corren hoy en día. En un censo en Sodoma y Gomorra, seguro que hubiera sido normal.
Papá no había, para empezar, así que patriarcalmente, desde el principio, ya la vara estaba jodida. Sin embargo, en mi casa vivía con mi mamá, que hasta el día de hoy, lo sostengo, tiene que ser la mejor de todas. Y si no es la mejor, mínimo, la mae queda de finalista. Al chile. Creo en eso tan objetivamente como me lo permite ser su hija.
También vivían mis abuelos. Mi abuela, la verdad, me sacaba de quicio y teníamos muchas diferencias pero, para bien o para mal, pasábamos muchas horas juntas que hoy, cuando me acuerdo, me hacen sonreír: se inventó una casita de un armario, me daba de comer lo que yo quería (plátano maduro, mi comida favorita hasta el día de hoy) y, aunque a veces nos queríamos tirar el papel higiénico por la cabeza cuando había que luchar por la posesión matutina del único baño de la casa, siempre me acuerdo de que me llamaba “mi compañerita”. Ese título no tiene precio. Como bonus extra, me enseñó a amarrarme los zapatos a la tardía edad de 6 años, porque mi motora fina siempre ha sido un desastre. Cuando lo conseguí, fue la primera vez que lloré de felicidad en mi vida. Ella me enseñó que las lágrimas sirven para más que cuando uno está triste o se raspa un codo.
Mi abuelo fue el primer hombre importante de mi vida. Con un marcadísimo psíndrome de Electra, lo adoraba. LO ADORABA. Fue el que me hizo escuchar música clásica, el que me dio el ejemplo de leer, el que me enseñó a contar más allá de 33, el número de mi casa. Y aunque a veces el mae oliera a guaro, a mí igual me cuadraba sentarme a hablar con él, los dos en el sofá. Al menos dejaba que yo lo peinara como me diera la gana mientras dormía la goma. Lo admiraba tanto y llegó a ser tan viejo, que en el fondo llegué a creer que era inmortal. Cuando lo vi en el ataúd una noche de verano, me parecía que no lo podíamos enterrar porque iba a resucitar de un momento a otro. Lo mismo había pasado con mi tortuga: sobrevivió a tantas varas que cuando se murió, la tuve tres días en capilla hasta que comenzó a oler feo. Con mi abuelo no se pudo hacer lo mismo, así que, al día siguiente, terminé echándole yo misma 27 paladas simbólicas de tierra (la edad que tenía en ese momento). Me contenté con un tatuaje en su honor y la promesa de que reencarnará en un hijo mío.
En mi casa, también, vivían mis tías. Una de ellas hija adoptiva de mis abuelos, por cierto, pero para todos nosotros de dónde vino nunca ha sido, ni por asomo, algo tan importante cómo dónde está y hacia dónde va. Según ella, la mae tenía súper poderes y me hizo sentir la adrenalina de decidir si quería que me “desapareciera” y me enviara a saber cuál universo paralelo con un chasquido de dedos. Fue la misma adrenalina deliciosa que sentí muchos años después cuando salté en bungee. Desafiar las posibilidades. Arriesgarse por sentirse vivo Mi otra tía, mientras tanto, es la que, hasta el día de hoy, no deja pasar uno sólo de mis cumpleaños en blanco y que, cuando he salido del país, es la voluntaria para irme a recibir al aeropuerto. Y un ejemplo de una persona extremadamente fuerte. 
Sus hijas, mis primas, también vivían conmigo. Con ellas, compartí la relación amor-odio de las hermanas. Por ellas, creo que nunca me he sentido hija única, porque ¿cómo se va a sentir uno solo cuando tiene a un par de güilas que lo joden con la ropa que usa? (Un calzón con cola de pato de vuelitos, admito que las maes tenían razón). ¿Cómo va a decir uno que creció sin hermanas si con ellas jugó a un tren con las sillas de la sala? ¿Cómo puede uno pensar lo contrario cuando la mayor felicidad era que no fueran a clases para que se quedaran jugando todo el día, así fuera a costa de pegarles las paperas maquiavélicamente? Y aún así, cuando yo iba a la escuela tenía que asumir que era hija única, aunque el dedo entablillado por la justa causa de sentarse en la misma silla del comedor dijera lo contrario.
A mi hermano lo conocí cuando tenía 17 años. Ha sido uno de los momentos más felices de mi vida y que siempre cuento cuando tengo la oportunidad, porque me hace sonreír con tal fuerza, que temo que un día me dé una parálisis facial y me quede con las comisuras arriba el resto de mis días. Igual, me arriesgo, porque él me hace inmensamente feliz. No importa que nos hayamos pasado la que ahora es casi la mitad de nuestras vidas separados, sin saber nada uno del otro. Igual, él es mi hermano.
Para terminar de rematar el cuadro familiar, mientras crecía, en mi casa no teníamos sólo un perro, si no tres, además de pericos, tortugas, pájaros, y algunos pollos que desaparecían misteriosamente según la temporada. Nunca tuvimos un gato, pero bueno, no hay familia perfecta.
Durante años, cada vez que me pedían dibujar una familia, me convencía a mí misma diciéndome que no los dibujaba a todos porque eran muchos y no cabían en la hoja. Después de más tiempo del que fue justo, me di cuenta de que no los dibujaba porque la sociedad me decía que ellos no eran una familia. A pesar de todo estos momentos que me hicieron sonreír, enojarme, llorar, odiar, amar y odiar de nuevo para volver a amar, y a pesar de que ellos me ayudaron a vivirlos, yo creía que no importaban porque no había papá, hermanos y un único y monacal perro. Yo, entonces, le creí a la sociedad que, quienes me rodeaban y me daban su amor, no valían un carajo. Y los tracioné. A ellos. A mi familia. Por casi toda mi vida.
La familia que somos
Hoy, cuando aparece Justo Orozco y demás séquito exigiendo que defendamos la familia costarricense, lo que se me sigue viniendo a la mente, así como casi 20 años atrás, es mi mismo dibujo de papá, mamá, tres hijos y un perro genéricos. Esa imagen sagrada, estereotipada, de portarretrato de Hallmark y de Mi hogar y mi pueblo, que habita en el ideario colectivo de nuestra sociedad, cuando la realidad es que hay familias de familias, porque hay circunstancias de circunstancias, elecciones de elecciones; incluso, muchas veces no es cuestión ni siquiera de escoger, porque bien dicho es que nadie, al fin y al cabo, escoge a su familia.
Hay familias de familias porque un día la gente comenzó a cansarse de fingir que eran felices pretendiendo que eran monógamos, pretendiendo que eran heterosexuales, pretendiendo que aún se amaban cuando el amor ya se había ido hacía rato por la ventana. Porque la infidelidad ha existido desde que el mundo es mundo, la homosexualidad también. Los corazones rotos, ni se diga. Y con el tiempo, la humanidad se ha dado cuenta de que no vale mantener un escenario de matrimonio de la realeza si nadie es feliz y así, se ha dejado de ser hipócrita poco a poco.
Yo, en lo personal, no quiero que NUNCA nadie más se sienta como yo me sentí por muchos años. Quiero que todo el mundo pueda sentirse orgulloso de su familia, aunque sea diferente. No importa si es la tradicional o la peyorativamente llamada “disfuncional”, que muchas veces es más funcional que muchos circos que andan por ahí, viviendo en casas donde la felicidad no entra hace rato a tomarse pero ni un café.
La familia no es la gente que comparte tu sangre, como si eso fuera una garantía irrefutable de que el mundo será perfecto. Tampoco un directorio legislativo que, siempre ha de tener presidente, secretario y puestos determinados a huevo, porque si no, está condenado al fracaso. La familia es, simplemente, la gente que te ama y que amás. Y aunque mis conocimientos teológicos son casi nulos y lo que voy a decir no tiene base científica, histórica, ni nada, igual lo voy a decir: Jesús me parece que también pensaba parecido porque en vez de quedarse con María y José, buscó hacer una familia mucho más grande, impensable para la mentalidad de su época.
Por eso es que yo ya no dibujo a mi familia, más allá de que me dé pena que se den cuenta de que en el 2012 sigo dibujando con la misma calidad que en 1989. No la dibujo, porque mi familia está conformada hoy por una holandesa y un par de gemelos que aún no nacen y ya adoro como mis sobrinos. Por una argentina casada con un griego. Por un par de amigos gay que se adoran y que me han hecho comprobar, aun más, que el amor no se fija si en la puerta dice “damas” o “caballeros” para entrar de lleno e inundar la habitación. Mi familia incluye una salvadoreña a quien admiro con todo el significado que tenga esa palabra, y una mexicana que me ha hecho reír y que ha estado ahí por mí cuando más la he necesitado. También cuenta con un mae que aún no termino de calificar entre amigo, hermano, novio platónico o amante a ratos, porque es tan importante en mi vida que, simplemente, no se puede etiquetar. Mi familia es una española adorable cuya casa es mía y la mía es suya, y mis amigas que me hacen cumplir apuestas estúpidas cuando pierdo jugando al parqués. Mi familia han sido 60 niños en Mozambique, unos inmigrantes nicaragüenses, un brasileño y un serbio que tengo por hijos adoptivos, o un italiano, una georgiana y un argentino con los que los fines de semana iba en excursión a aprender a volar un parapente sin manual alguno.
A mí que nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, me venga a decir que esa no es mi familia, como lo hacían cuando era niña con sus parámetros morales de 1950, a lo I love Lucy. Y que NADIE, ABSOLUTAMENTE NADIE, le venga a decir a otros cómo debe ser su familia para ser “familia”. Si yo no dibujo a mi familia ya, es porque de veras, ahora sí, no me caben todos en la hoja. Y creo que, ahora sí, soy infinitamente más feliz de poder decir que eso es la pura y santa verdad.

2 comentarios:

  1. Sin palabras, Andre, sin palabras!!!!

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  2. Hermanita, hacía rato que no me metía a tu blog y aun me quedan muchas entradas por leer, pero hoy leí esta y me parece maravillosa e increíblemente cierto. Cada quien decide quiénes forman parte de su familia y el que diga que hay reglas en cuanto a cómo tiene que verse exactamente esa familia está tristemente equivocado. Mil gracias por formar parte de mi familia y dejarme ser parte de la tuya, TQM!!!

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