Desempleada, solterísima y con los salarios producto de recitar "Thank you for calling Bodog wagering, my name is Andrea, may I have your account number, please?" un promedio de 6048 veces, este es el relato de una mujer de 30 años, quien un buen día decidió iniciar un periodo dadaísta en su vida y subirse a un caballito de madera solo para balancearse un rato sin llegar a ninguna parte, bajo la filosofía de Charlie García: "La vida es disfrutar el paso del tiempo".

martes, 8 de marzo de 2011

De marcha



Irma, Sandra y yo de marcha en Madrid

Ya en el aeropuerto en Madrid, me espera mi super amiga Sandra, a quien conocí en Tamarindo hace unos meses, cuando como parte de este periodo dadaísta pasé una temporada en la playa aprendiendo sobre genética y genealogía. Actualmente, Sandra tiene su propio fin supremo, pero a la inversa: el escenario que ella ha escogido es Costa Rica, de modo que ambas nos vemos desde distintos lados del espejo. Y es que es lógico: a la hora de viajar, uno busca lo opuesto al lugar en que vive. Si no, dónde estaría el descubrimiento, la aventura de lo desconocido, el aprendizaje, el reto de la adaptación? Totalmente normal que, mientras ella sueña con playas paradisiacas y lecciones de surf, yo delire por ciudades cosmopolitas, donde siempre hay algo que hacer.
En fin, la mae, en la máxima expresión de pura vida, me llega a buscar al aeropuerto junto con el pan dulce de su mamá y me llevan a su acogedor piso en Madrid, donde mi primera actividad son unas cuantas horas de hibernación patrocinadas por mis casi 20 horas de viaje.
Más tarde, como dicen aquí: nos vamos de marcha! Es noche de carnaval en Madrid, de modo que no sorprende encontrarse desde gente vestida en pijamas hasta un rey caminando por las calles. Y es que se me había olvidado que esta gente Halloween no lo celebra (no viven en el patio trasero de Estados Unidos) de manera que esta es su oportunidad anual de disfrazarse un rato y jugar a ser algo más interesante que un ciudadano promedio.
Nosotras pasamos de la metamorfosis carnavalesca y junto con Irma y Maribel (dos amigas super tuanis de Sandra) nos sentamos en el frío madrileño en una terraza de un restaurante indio. Las leyes aqui recientemente han exiliado a los fumadores de los calientitos úteros de restaurantes y bares, de modo que si queremos contaminarnos tendrá que ser afuera, a costa de aguantar lluvia, nieve o sol. Claro, es aquí donde descubro que mi invierno en Michigan me ha inmnunizado: apenas y siento frío. Sería una mentira decir que me congelo luego de haber pasado meses bajo cero, así que estoicamente aguanto la temperatura de unos 8 grados más o menos, mientras me tomo un vino tinto y como un pollo relleno de queso.
Más tarde, pasamos por unas cervezas en un bar local y luego de fumar junto con el novio guineano de Sandra (estamos en una ciudad cosmopolita, lo reitero), vamos en busca de un lugar donde bailar un poquito. Claro, ha de ser por el jet lag, o porque mi percepción del tiempo anda alterada que siento que caminamos TODO Madrid antes de llegar a un atiborrado bar (que a todo esto es brasileño) donde se pueda estar de pie sin chocar con una conejita o un improvisado imitador de la película Scream en esta noche de carnaval. Es aqui donde pasa uno  de esos momentos surrealistas por los que la vida vale la pena: a ver, en qué momento llegue a dar a un bar brasileño en Madrid con un poco de gente disfrazada en compañía de dos españolas y un guineano? Así que lo disfruto. Son las 3 de la mañana aquí y yo he llegado apenas hace doce horas, pero me la estoy pasando GENIAL, así que no necesito disfraz para divertirme. De todas maneras, ya soy una tica en Madrid y es lo suficientemente extraño como para gozar la noche de carnaval.

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